La “maldición” de los Kennedy no es más que una trágica sucesión de desdichas que ha afectado al clan político más célebre de EE.UU. desde hace casi 70 años creando una especie de mito imparable, envuelto por el irresistible halo que rodea a esa dinastía.
El asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963 es, sin duda, el núcleo de toda esa pesadilla familiar.
Su muerte a los 46 años se produjo ante los ojos del público cuando fue tiroteado en la ciudad de Dallas (Texas) mientras se trasladaba en una limusina presidencial descapotable y saludaba a la multitud en compañía de su esposa Jacqueline.
Ese momento, que dio origen a decenas de teorías conspirativas -a lo que contribuyó la muerte de su asesino, Lee Harvey Oswald, dos días después- fue capturado para la posteridad gracias a las imágenes grabadas por el transeúnte Abraham Zapruder, que ayudaron a convertir el suceso en un hecho icónico.
El 6 de junio de 1968, la historia se repitió y Robert Kennedy, a punto de proclamarse candidato oficial demócrata a la Casa Blanca tras ganar las primarias de California, fue tiroteado por el palestino Sirhan Bishara Sirhan en uno de los salones del Hotel Ambassador, de Los Ángeles.
“Bobby”, la mano derecha de JFK, estaba llamado a seguir su estela. Su meteórica ascensión en política, en donde llegó a ser Fiscal General desde 1961 a 1964 y senador por Nueva York desde 1965, tenía un claro fin: la presidencia del país. Su sueño se truncó a los 42 años.
Dos de sus once hijos se vieron envueltos en sucesos trágicos.
David falleció el 25 de abril de 1984, a los 28 años, por una sobredosis de cocaína y analgésicos en un hotel de Palm Beach (Florida), mientras que Michael sufrió un accidente mortal en una pista de esquí, en Aspen (Colorado), el 31 de diciembre de 1997, a los 39 años.
Incluso Ted Kennedy (hermano menor de JFK), antes de su fallecimiento en 2009, estuvo involucrado en un accidente de avión el 19 de junio de 1964 en donde murieron uno de sus ayudantes y el piloto, y repitió susto un lustro después, el 18 de julio de 1969, cuando el coche que conducía se precipitó por un puente de la isla Chappaquiddick.
Entonces murió la secretaria que le acompañaba, Mary Jo Kopechne.
Aquello provocó que Kennedy se preguntara frente a las cámaras de televisión si “algún tipo de maldición realmente se cierne sobre todos los Kennedy”.
Para remontarse a la primera de estas muertes prematuras que azotaron a la familia hay que retroceder hasta el 12 de agosto de 1944, cuando Joseph Kennedy Jr., el hermano mayor de JFK, falleció a los 29 años tras la explosión del bombardero B-24 con el que surcaba los cielos de Suffolk (Inglaterra) durante la II Guerra Mundial.
Cuatro años después, el 13 de mayo de 1948, fue Kathleen Cavendish, hermana de JFK, la que pereció en otro accidente aeronáutico en Saint-Bauzile (Francia) a los 28 años.
Las pérdidas notables más recientes fueron las de John F. Kennedy Jr., hijo de JFK, que el 16 de julio de 1999, con 38 años, perdió el control de la avioneta que pilotaba camino a la exclusiva isla de Martha’s Vineyard (Massachusetts), y la de Mary Kennedy, exmujer del activista Robert Kennedy Jr., sobrino de JFK, el 16 de mayo del año pasado tras un aparente suicidio.
Son 70 años de desgracias, aunque, extraoficialmente, hay incluso quien retrocede al 30 de septiembre de 1933 para dar con la génesis de la “maldición”, ya que John Harold Kennedy, un supuesto tío de JFK, fue asesinado en Sao Luis (Brasil) a los 31 años cuando trabajaba como contable de una empresa estadounidense que controlaba los servicios de agua y energía eléctrica de la ciudad. EFE