Esta semana ha sido intensa, dura, propicia para eso que llaman la introspección retrospectiva, que es mirar pa’dentro y pa’tras simultáneamente. Contemplar la imagen de una señora llevándose un producto sin pagar de una tienda (creo que la palabra que define el hecho está prohibida) te confronta con Colón, con el 19 de abril, con Bolívar, con el Vargas y el Carujo que llevamos por dentro. Doña Bárbara y Santos Luzardo continúan su pugna en esta llanura venezolana propicia para el esfuerzo, como lo es hoy para la hazaña de cargar una caja que es más grande que tu humanidad y soltarla en el estacionamiento para volver a la tienda por otra.
Esta semana la gente se le acerca a uno y le espeta: “¿de qué vas a escribir este viernes?”, “la tienes fácil” o “tienes demasiados temas”. La verdad es que no está fácil y tampoco hay muchos temas y sobre todo no hay humor, porque el tema en el fondo es uno y el mismo, nuestro destino: ¿hacia dónde va este país?¿Cómo fue que caímos tan bajo? Esta semana se nos ha instalado a los venezolanos un vértigo sociológico, una sensación de desesperanza. Nos damos miedo. Uno trata de entender el asunto con los recursos de la razón, pero no hay forma. Qué hay especuladores, eso no es una novedad en Venezuela. Lo asombroso en este momento sería que no los hubiese, no sólo por nuestra natural tendencia a la viveza y al pillaje, sino porque prácticamente en Venezuela están cerrados los caminos de un país decente. La única manera de conseguir dólares es que te los regale el Estado y es un negocio demasiado bueno para no hacerlo. Es hasta negocio importar comida y dejar que se pudra porque la ganancia de venderla es una minucia. Trabajar honestamente es, prácticamente, una vergüenza, un atentado contra el sentido común, que es en nuestra tierra, como diría aquel español, el menos común de los sentidos. El llamado proceso carga con el peso de la contradicción de querer combatir la corrupción que el mismo promueve.
Esta semana la usura se democratizó. Como todas las cosas de este gobierno, combatiendo la especulación nos convirtió a todos en especuladores. ¿De dónde surgió esa urgencia de televisores pantalla plana y aires acondicionados, blue rays y dvds? ¿Será que estamos condenados a que este país siempre este en manos del más vivo, del más malandro? ¿Por qué el honesto se siente como un imbécil sin destino?
Esta semana alguien vendió un televisor pantalla que compró en 3.500 Bs. en 15.000 Bs., un televisor que la tienda vendía en 12.500 Bs. Mucha gente hizo su cola varias veces y compró lo que pudo. También surgieron los vendedores de puestos en las colas, con 3 colas vendidas podías conseguir una lavadora. Aparecieron los prestamistas zamureando a las puertas de las tiendas, una FAE (fuerza armada electrodoméstica), que también son de aquí y bolsas no son y algo se llevarán. Por su parte, los malandros no hicieron cola esperaron a sus incautos vecinos en las escaleras para un “ven a mí que tengo flor” a punta e’pistola. No hace falta ser Reinaldo Dos Santos, para avizorar que lo que viene es candanga con burundanga, para decirlo en términos cubanos. Los comerciantes honestos temen tener existencias que puedan ser decomisadas o sometidas a esa palabra que no podemos nombrar. La especulación será la norma. Mucho dinero sin nada que comprar.
Esta semana, un país que no tiene electricidad se llenó de electrodomésticos nuevos. Dios nos libre de que todos esos aparatos sean enchufados el mismo día.
Esta semana han vuelto a enfrentarse Vargas y Carujo. Y uno no sabe por qué, pero se le va instalando en el alma la sensación de que el país se nos va al Carujo.