Desde ese momento los venezolanos hemos sobrevivido –los que aún estamos aquí – de sobresalto en sobresalto. Se aprobó la nueva Constitución con más del 70% de los votos emitidos y con una abstención de más del 55%. Se nos prometió que con el librito azul Venezuela sería un mejor país, con inclusión y oportunidades para todos, un gobierno apegado a la justicia social, ético y moral donde se perseguiría implacablemente la corrupción y el delito. Para ello, se reorganizan los poderes públicos que pasaron de tres a cinco, creándose un poder electoral y otro moral.
Hoy en día todos sabemos en lo que se convirtieron ambos y sus ejecutorias distan mucho de ser, uno garante de elecciones auténticas y transparentes y el otro, de mostrar, aparentar y exigir integridad.
Se ejecutaron cambios para nuestra vida republicana e incluso se le cambió el nombre al país. Dejamos de ser República de Venezuela para llamarnos República Bolivariana de Venezuela ¿Qué mas dejamos de ser? ¿En que nos convertimos?
Ya no somos el pueblo generoso que el 15, 16, 17 y días subsiguientes de ese Diciembre del 99, salimos a ayudar a nuestros compatriotas afectados, a los coterráneos que lo habían perdido todo. Dejamos de ser el venezolano cordial y amistoso, reconocido por quienes venidos de otras tierras, se quedaron y echaron raíces en esta tierra. Ahora, desconocemos su trabajo denodado y productivo permitiendo –por acción u omisión- se les arrebate el fruto de años de labor y faena.
En estos tiempos de revolución hemos asistido al despojo de tierras, fábricas, industrias, comercios y puestos de trabajos de miles de venezolanos. Hemos observado el saqueo de los dineros públicos de nuestra principal empresa, PDVSA, que se nos dijo “ahora es de todos los venezolanos”. Conocemos cómo se ha quebrado lo que se suponía sería “el milagro de Guayana”, y la justicia dejó de ser una dama ciega, lo que equivale a que ya no hay garantías para nadie. Cuando eso sucede, “cuando un pueblo desciende a esas infamias, está próximo a corromperse y aniquilarse“.
Ahora permitimos que “milicianos” escriban en nuestros brazos un número cuando formamos parte de las largas colas que debemos hacer para poder comprar un pollo o un pote de leche, en el mejor de los casos, porque en otros, nos dejamos tatuar la infamia para adquirir un plasma o una tosti arepa, aunque luego veamos una cadena cargada de insultos o no tengamos la harina para preparar las arepas.
Así vamos… adecuándonos y/o acostumbrándonos a ser lo que un hombre que se autocalificaba de “soldado de la patria” soñó para usted mi querido amigo lector, para mi, para todos. En sobrevivientes de un deslave que arrojó piedras y barros enterrando a un pueblo bravío para convertirnos en una población que se alegra si consigue, pagando, algo que llevar a la casa que -por ahora- ocupa.
Dios quiera, y como dice Juan Luis, no este lejos el día en que llueva pero “café en el campo, que caiga un aguacero de yuca y té, del cielo una jarrita de queso blanco, y al sur una montaña de berro y miel.
Y nos volvamos a reconocer.
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@nituperez