El año 2013 quedará para siempre en la historia de Venezuela como el del fallecimiento de Hugo Chávez, el controvertido, polémico y carismático hombre que cambió el rumbo de la política en este país y lo dejó sumido en una polarización que cubre el futuro de incertidumbre.
José Luis Paniagua /EFE
El 5 de marzo el presidente Chávez perdió la batalla contra el cáncer. Poco más de 20 meses después de informar de que padecía una enfermedad rodeada de secretismo y que fue manantial de infinidad de conjeturas e hipótesis serias y rocambolescas, el hombre que gobernó Venezuela desde 1999 pasaba a la historia.
Los venezolanos no saben oficialmente cuál fue la causa clínica del deceso, ni el diagnóstico exacto del tipo de tumor que se encapsuló en una zona de la pelvis del mandatario haciendo inútiles cuatro ciclos de quimioterapia y un largo tratamiento de radioterapia.
El presidente Nicolás Maduro, al que Chávez había ungido como su sucesor, sólo se ha vuelto a referir al tema para asegurar que el mal le había sido inoculado al paciente y que podría haber sido inducido por los enemigos de Chávez, y prometiendo una investigación que por el momento quedó en eso, promesa.
La enfermedad del mandatario dio un vuelco radical a la política venezolana desde junio de 2011, al cambiar las perspectivas de un país en el que Chávez no tenía fecha de “caducidad” e incluso se aseguraba un nuevo gobierno hasta 2019 en las elecciones de octubre del año pasado.
Sin embargo, lo que comenzó como una retahíla de ausencias temporales se terminó convirtiendo en diciembre del año pasado en un adiós definitivo.
La falta del presidente puso al país ante una crítica prueba institucional sin previsiones específicas en la Constitución para el caso de la asunción o toma de posesión de un presidente electo muy enfermo y la gestión de todo este trance por parte del oficialismo.
Como es habitual, la situación se terminó complicando y generando todo tipo de acusaciones de oposición y chavismo por las interpretaciones que se hicieron de la Constitución.
El 5 de marzo, poco antes de las 16.30, Maduro salía en televisión para informar de que Chávez acababa de fallecer.
La muerte del creador de una doctrina política que definía como “bolivarianismo” y también como socialismo del siglo XXI fue acompañada por una semana de luto nacional.
Cientos de miles de personas le rindieron homenaje ante su féretro y más de 30 jefes de Estado y dignatarios extranjeros asistieron al funeral por Hugo Chávez.
Sin tiempo para reflexionar, Venezuela se lanzó de nuevo a una contienda electoral para elegir un sucesor.
Las elecciones volvieron a dejar al descubierto la profunda polarización y división que vive la sociedad, arrojando una diferencia entre el ganador, Nicolás Maduro, y el candidato opositor Henrique Capriles de 223.599 votos, con más de 15 millones de sufragios escrutados.
El resultado no fue reconocido por Capriles, que demandó un recuento de los votos (auditoría, puesto que en Venezuela el sistema de votación es electrónico) revisando los cuadernos de votación y las actas para verificar que el número de votos correspondía con los votantes registrados.
El Consejo Nacional Electoral hizo una revisión de todos los votos pero no accedió a revisar esos cuadernos, dando por bueno todo el sistema de control de la votación.
Los días inmediatamente posteriores a la elección fueron de gran agitación y el Gobierno responsabilizó directamente a Capriles de once muertes en incidentes en diferentes puntos del país.
El líder opositor atribuyó al propio Ejecutivo esos incidentes, negó cualquier relación con actos de violencia y llamó a la población a la protesta pacífica con unos cacerolazos nocturnos que se fueron silenciando con el pasar de los días.
Maduro ha encabezado un Gobierno muy agresivo contra los críticos, la oposición, la prensa y el empresariado, en un contexto de empeoramiento paulatino de una economía herida por una inflación disparada (más del 50% interanual) que fue enfriando el crecimiento pasando del 5,6% en 2012, al 1,4 al término de los tres primeros meses.
En apenas siete meses de Gobierno, Maduro ha protagonizado una Presidencia llena de anécdotas con comentarios tan poco comunes como que Chávez se le había aparecido en forma de pajarito o que algunas noches las pasa en el lugar en que descansan los restos de su mentor político.
Se embarcó en una guerra contra los altos precios para la que movilizó militares y milicia, y ha prometido una batalla sin cuartel a la corrupción durante 2014 que no despeja las dudas ni la incertidumbre que se ciernen sobre un país que aún trata de encontrar su camino después de Chávez.EFE