Este 8 de diciembre, la elección de 337 alcaldes y 2.389 concejales celebrada a lo largo de toda Venezuela, tenía para Nicolás Maduro un significado que supondría la legitimación del dominio absoluto para poder convertirse en el “hijo putativo del líder único de la revolución”.
La estrategia que usó para la campaña electoral fue la guerra económica con saqueos controlados al sector comercial, y la imagen de Chávez como figura mítico–heroica de la revolución. Un triunfo electoral le permitiría a Maduro sembrar las bases para desplegar el proyecto-país dibujado en el Plan Patria.
Para la oposición, estas elecciones significaban la posibilidad de demostrar que el triunfo de Maduro el pasado 14 de abril en la elección presidencial fue alcanzado por votos no sufragados, que el país está integrado por dos sectores muy marcados y equivalentes, y consolidar el liderazgo social como la forma de lucha de masas.
En una primera aproximación, los resultados electorales muestran que el Gobierno ha perdido espacios en las principales ciudades y la mayoría de los votos a nivel nacional. Según el primer boletín del Consejo Nacional Electoral (CNE) el Gobierno perdió, ya que los votos totales de la oposición (42,72%) y los independientes (8,03%) suman un 50,75%; cifra superior al 49,24% alcanzado por las fuerzas del Gobierno. Así mismo, al comparar estos resultados con las elecciones del 2004 y 2008, la tendencia electoral del Gobierno es descendiente, con una caída del 5% de los votos y del 11% del total de alcaldías obtenidas en el 2008.
El Gobierno también cede en los municipios importantes de las grandes urbes (20) que concentran la mayoría de la población venezolana (51%). En esta elección el Gobierno entregó 4 ciudades significativas: Valencia, Barquisimeto, Maturín y Barinas. Mientras que la oposición mantuvo sus bastiones en Maracaibo, Mérida, San Cristóbal, Ciudad Ojeda, el Distrito Metropolitano de Caracas (Sucre, Baruta, Chacao, el Hatillo y la Alcaldía Mayor de Caracas), y perdió en Cuidad Bolívar.
Estos resultados revelan el rechazo de una sociedad civil a la autocracia que el Gobierno de Maduro quiere imponer con el abuso de los medios del Estado y de los poderes públicos, en una campaña en donde la parcialidad del Gobierno ha sido manifiesta hasta el agotamiento, y que ha sido expuesta por uno de los rectores principales del CNE, Vicente Díaz, como “la campaña más ventajista de los últimos años”.
En los medios de comunicación social ocurrió un blackout en contra de los candidatos de la oposición. Una censura que dejó muy poco espacio para motivar a los electores y ahogó el mensaje electoral de la alternativa frente al régimen, impactando en una disminución del 7% (entre 2008 y 2013) de la participación de los electores (mayoritariamente en los sectores de la clase media), al perder la motivación de ejercer el derecho de votar (Gráfico 1).
Sin embargo, la oposición –como un todo- obtuvo en total el 51% de los votos. Es una mayoría que manifestó insatisfacción con el status quo de la escasez de productos y servicios, el alto costo de vida y la inseguridad. Una sociedad que aceptó “vaciar los anaqueles” para resguardar el poder adquisitivo, cuando Maduro se vistió de Robín Hood. Una mayoría que no tomó en cuenta que Maduro había decretado el 8D como “Día de la lealtad y el amor al comandante supremo y a la patria” y colocó la guinda de la torta con la victoria en Barinas, la cuidad natal de Hugo Chávez.
Es un gran triunfo de la oposición que el Gobierno quiere desdibujar a través de la propaganda mediática, en la cual el modelo de éxito electoral es guiado por líderes sociales con un equipo comprometido que se hace cargo del proceso electoral en cada una de sus fases. Desde la campaña electoral y la movilización del voto, hasta la auditoría de los resultados.
El elector de hoy -con necesidades de satisfacción inmediata- busca liderazgos eficientes que compartan la situación cotidiana de crisis material y afectiva, saber que puede contar con una mano amiga. Pero no es lo que ha encontrado, y el reflejo fue la derrota de los 4 líderes mediáticos que impuso Maduro en los municipios y el Distrito Metropolitano de Caracas y Maracaibo.
Los resultados electorales abren nuevos espacios a la oposición (donde nunca antes había ganado). Esto impondría a Maduro y sus asesores revisar la hoja de ruta autoritaria, en un país que en lo económico se encuentra entre seguir financiando el funcionamiento del Estado a través de la emisión de dinero inorgánico, o ajustar los gastos y poner a producir el sector privado con reglas claras. Y en lo político, entre abrir el diálogo -reinstitucionalizando los poderes públicos-, o continuar fortaleciendo el modelo autoritario con la imposición del Plan de la Patria.
Ahora, si el Gobierno decide ignorar el logro de la oposición en las elecciones del 8D continuaría desarrollando un modelo que llevaría al país a ser opresivo, represivo e inviable financieramente.
La oposición, por su parte, tendría que reconocer su gran logro ante la limitaciones impuestas desde la hegemonía del Estado, apropiándose del mismo, comprendiendo el reto de hacer política en las áreas rurales, aprendiendo que es posible ganar las elecciones con las reglas de juego del Gobierno, y -a través de la vía democrática- continuar el camino que conducirá a la renovación y a gobernar el país.
El 8D esboza una dinámica social que ni la oposición ni el Gobierno deberían ignorar para el próximo evento en el calendario electoral que será en el 2015, cuando se elegirán los miembros de la Asamblea Nacional.
Antonio De La Cruz es Director Ejecutivo Inter American Trends
@iatrends
Artículo publicado el 10-12-2013 en la Revista Perspectiva (www.revistaperspectiva.com)