El renacimiento de la oposición es un pre-requisito para la derrota política del PSUV. Hasta ahora la dirigencia de la MUD ha seguido aquella tesis según la cual la prioridad de toda oposición es sacar al adversario del poder. Bajo esa premisa terminaron reduciendo la política al golpe por golpe. La confrontación ocupó el centro de sus discursos y acciones. Como si el enfrentamiento con el adversario fuese suficiente para desplazarlo del poder. Sobre todo, es bueno darse cuenta que el reduccionismo de la MUD entrampó el debate sobre el país en la narrativa definida por Nicolás Maduro. Sus planteamientos se mostraron como reverso de la doctrina oficialista. Una visión que postula que la guerra es el significado apropiado de la palabra política. Por lo demás, una interpretación reaccionaria por atrasada. Desdice de la evolución que esa praxis ha tenido en occidente en el último siglo. De hecho, se aparta de aquella comprensión que la redefine como la construcción de consensos sobre los asuntos difíciles que dividen a los ciudadanos.
El país requiere ajustar cuentas con la oposición para avanzar hacia una salida política del modelo psuvista. Que esta tarea está pendiente quedó demostrado con los resultados de las municipales. Al igual que en elecciones pasadas, en esta oportunidad sólo se logró trasmitir un mensaje apenas movilizador para un electorado que si bien está cautivo, también cada día está más escéptico sobre su destino. Un electorado que se aferra a la MUD para preservarse, antes que por la esperanza de reencontrarse con aquellos millones que se necesitan para construir la Venezuela del futuro. De allí que el escrutinio sobre el desempeño de la MUD haya que hacerlo con indicadores que den cuenta del consenso que sus ideas inspiran entre sectores que se desconocen. La evaluación es sobre su ideario político, no sobre decimales.
El contrapunteo entre gobierno y MUD dejó de rendir frutos, según dicen los resultados electorales. El escenario quedó dispuesto para activar el diálogo entre un liderazgo alternativo y la sociedad. Después de todo Venezuela ingresó en una etapa pre-constituyente, un proceso que necesita meditarse y comunicarse de manera amplia y razonada.
Redefinir el marco de actuación de la oposición es someter al juicio público la polarización gobierno-MUD. Un esquema que ha impedido la negociación de un acuerdo social para la convivencia y el desarrollo. Por eso, entre otras cosas la renovación supone comprender que el interlocutor es el pueblo y no Nicolás Maduro, Diosdado Cabello o cualquier otro dirigente del gobierno o del PSUV.
La renovación de la oposición es una oportunidad política que los venezolanos se forjaron. Por eso, resulta inadmisible que algunos dirigentes sugieran que los términos de esa reingeniería es un asunto privado; un problema entre los partidos de la MUD. Esa postura olvida que durante estos 15 años, millones se resistieron a la personalización de la política y del poder. Mientras que otros tantos millones se alistan para sumarse a esa batalla. La resistencia es contra una cultura, la encarne un gobierno administrado por el PSUV o una dirigencia opositora que esconde su autocracia tras la retórica de la libertad. Sobre todo, aquel anuncio reniega del deber moral que tiene una población de prepararse para derrotar una interpretación de la política que en 2019 deseará revalidar su amenaza de continuidad, pues aún no se sacia con la generación que creció y envejeció bajo su dominio.
Alexis Alzuru en Doctor en Ciencias Políticas
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