Ayer estuve con mi esposa en Cumberland y Grantsville, Maryland. Fuímos a visitar a un amigo y a saludar a los dueños de la Casa de antiguedades “Blue Moon”, en Grantsville, donde siempre encontramos una que otra pequeña pieza para traer de regreso a casa: una taza de porcelana, una navajita del siglo pasado como las que usaba mi padre, ese tipo de cosas de relativo poco valor material que nos recuerdan nuestro hogar original y adquieren, por ello, un gran valor para nosotros.
La ruta que lleva a esos pueblos desde Washington, las carreteras 70 y 68 Oeste, atraviesan algunas de las más bellas colinas del estado de Maryland, un paisaje de gran belleza formado por pre-históricos glaciares, hoy adornado con casas y graneros de gran pulcritud. Ayer había mucha nieve cubriendo esas colinas y, casi a cada vuelta de la via, podíamos ver conjuntos de casas blancas, graneros de color rojo y molinos de viento que parecían, en la distancia, retablos de navidad. Vimos quizás un centenar de esos “retablos” en las colinas de Maryland, como sacados de una tarjeta de las que recibimos de nuestros familiares y amigos.
Por supuesto, no eran los retablos clásicos de asno, ovejita y buey rodeando la chozita donde nacería el niño, ni tenían un estrella de hojalata, como la que menciona Aquiles en su poema, señalando el camino. Pero eran retablos de navidad, estoy seguro, en el mejor sentido del término. Adentro de las casas viven familias trabajadoras y dignas, quienes acogerían sin pensarlo a José y María si ellos fuesen a tocar a sus puertas, llenos de frío y necesitados de ayuda. Cada hogar digno, pienso, es un retablo.
Ayer, en el camino hacia Cumberland y Grantsville pudimos solazarnos con la vista de cien retablos de navidad, un regalo para nuestros ojos, siempre ansiosos de ver no solo la belleza externa sino la luz espiritual que genera esa belleza.
Deseo aprovechar esta oportunidad para desearle a mis lectores y a los venezolanos todos unas felices navidades en union de sus familiares y desearles que el año 2014 le traiga al país los cambios necesarios.
soñolienta y fatigada,
por ver si les dan posada
toca en las puertas María.
El le dice: -Esposa mía,
ten calma, vamos a ver…
Nos abrirán al saber
que te encuentras en estado
y un lecho busca prestado
tu niño para nacer.
él se quita en el camino
su paltocito de lino
para ofrecérselo a ella.
-Vaya mi linda doncella
con este manto abrigada
-dice con gracia forzada
mientras siente las diabluras
que hace el frío en las roturas
de su franela rayada.
suplicando humildemente
y en todos les da la gente
la misma contestación:
«Esta casa no es pensión»,
o «¿Cuánto van a pagar?…»
Y en uno que en otro lugar
hay quien al ver a María
dice alguna picardía
para hacerla sonrojar.
¡Qué pena tan sin alivio!
Todos tienen lecho tibio,
¡nadie tiene corazón!
De cansancio y aflicción
la Virgen se echa a llorar
y torna triste a mirar
que en la noche, alta y desierta,
la luna es como una puerta
que se abre de par en par.
van por fin José y María;
sólo piden hostería
para que nazca el Señor.
Pero hay allí tanto amor
por los buenos peregrinos,
que la pastora sus linos
abandona en el telar
y al punto les va a buscar
cuajadas, panes y vino.
sobre la hierba olorosa;
ya como delgada rosa
se dobla su cuerpo santo;
ya a través de un claro llanto
los ojos del buey la ven;
llora el burrito también.
Y la historia nos relata
que una estrella de hojalata
brilló esa noche en Belén.