Gustavo Tovar Arroyo: La rendición de Capriles

Gustavo Tovar Arroyo: La rendición de Capriles

La frustración

Veamos por dónde comenzar este artículo: ¿por la frustración o por la esperanza?

Discurro pocos segundos mientras escribo y, por intuición, concluyo que es mejor comenzar por la frustración, no porque ésta sea lo que más pesa y consterna desde un punto de vista político, sino porque es la que sentimentalmente parte en pedazos nuestro corazón, y en la Venezuela que se nos desmorona ante los ojos hay que escribir con sentimiento; como los aztecas: con el corazón en la mano como rito.

Quienes me leen ya me conocen, no soy un mojigato ni finjo ser un erudito, esas banalidades se las dejo a las histéricas doñas académicas de la opinión pública venezolana que con sus reflexiones, consejos y sugerencias de los últimos treinta años han contribuido al hundimiento de la nación.

Hippies de su época, hippies eternos, están demasiado quemados para emitir un solo juicio de valor aceptable. Hay que dejarlos -dejarlas, a las histéricas doñas académicas-, que sigan pastando en su colina. No suman nada en su humareda alucinante. Nada.

Yo no disimulo ni me autoengaño, una lágrima tiene un origen más profundo que una sonrisa cuándo ésta se finge. Y cuando alguien se rinde, nos rinde, no se celebra, se duele.

Escribo con sentimiento.

 

La rendición de Capriles

No tengo la más mínima intención de hacer leña del árbol caído. No tengo ánimo de insultar a nadie ni despreciar a quien respeto y aprecio. Mucho menos si ha luchado (a su modo) y sacrificado tanto por Venezuela.

Ni un adjetivo que lo descalifique, ni una ironía, sólo criticaré -eso sí con filo- su rendición.

Y lo haré porque no fue una rendición personalísima, a fin de cuentas la decisiones personales sólo afectan a un reducido número de personas; lo haré porque, cuando Henrique Capriles le tendió la mano y se inclinó ante el usurpador, el ilegítimo, el toripollo, el fascista, el estafador de Maduro (todos estos fueron epítetos que Capriles usó, no yo) no se rendía a titulo personal, rendía la sagrada voluntad del pueblo que se pronunció el 14 de abril, que confió en él y que no supo defender; rendía la legalidad, la soberanía, la democracia, la coherencia y el valor del pueblo de Venezuela.

Criticaré a Henrique Capriles porque, rindiéndose, se rendía la dignidad. No exigió, no acordó, se arrinconó, cabeza gacha, silenciado, olvidando por completo la furia inspiradora de su discurso.

Si al menos hubiese claudicado exigiendo algunas condiciones, qué sé yo, la urgente libertad de Simonovis, la interrupción de la persecución política, el encarcelamiento de quienes golpearon salvajemente a Borges y María Corina (como gesto sincero de combate a la impune violencia política), pero no, se rindió a secas.

Los que conocimos, aunque someramente, a ese arrebato de gracia, sensibilidad y sublime belleza que fue Mónica Spear, sabemos que a ella no le hubiese gustado ser invocada jamás como pretexto de una subordinación.

Entristece y duele, duele muchísimo…, porque todo sigue y seguirá igual.

 

La semiótica del rincón

No cabe duda que los cubanos son despiadados en el manejo de los símbolos, haber sentado en un rincón oscuro y despreciable a Capriles, a un lado del humillado Arias Cárdenas, fue una imagen desoladora y concluyente. Lo hundió.

No lo expongo desde la rabia, lo expreso desde el desconcierto y el dolor. Conozco a Henrique, es un hombre íntegro, para él la humillación fue peor que para nadie, sabe que ese estrechón de manos fue una rendición formal y una reverencia no a Maduro sino a Fidel Castro, sabe que el venezolano consciente dejará de confiar en él, en sus discursos y en sus furores, sabe que ese saludo no fue una inclinación, fue su caída.

Refleja mucha ignorancia -o cinismo- señalar que el “diálogo” de Capriles y Maduro es comparable al de otros líderes históricos en momentos críticos de sus naciones. ¿De qué hablan? ¿Cuál diálogo? Capriles no dialogó, se inclinó, fue subordinado y silenciado a un rincón.

Desde su rincón escuchó, avergonzado, el perenne monólogo del usurpador.

 

Ídolo roto

El chavismo mata la belleza y el arte, mata los valores, lo mata todo. Su grotesco sucedáneo, el madurismo, da continuidad a esa muerte con regordete y nuevo rico cinismo.

¿No se suponía que Diosdado Cabello era Al Capone? ¿Cómo carajo nos acercamos ahora “Al Capone” para que nos dicte cátedra de justicia y seguridad? ¿Cómo se trabaja junto a él?

Nadie le creerá.

No se trata de trabajar “junto” a Maduro (y Cabello) para luchar contra la inseguridad; se trata de sacar a Maduro para lograr la seguridad.

Venezuela se nos deshace y Capriles le estrecha la mano a su principal responsable. El ídolo está roto. Nada cambiará en el país por su gesto, y lo sabemos. Las hienas se babean de risa.

Le pediría a los caprilistas que fueran más venezolanistas, que dejen la fe ciega por un hombre, que amén más y con más convicción a su país.

Urge.

 

Reconocimiento sí, pero crítico

Reconozcamos la labor de Capriles hasta ahora, pero no nos rindamos con él. Seamos críticos, por favor. Un estrechón de manos (otro más de tantos), una inclinación reverencial, un humillante arrinconamiento no cambiarán 15 años de atroz realidad, y lo que falta.

Capriles se rindió mal aconsejado por un “hermano” que no sería nada ni nadie sin Chávez, hablo de Henry Falcón. Hombre con sus méritos, sin duda, pero hombre que aceptó, toleró y favoreció mucho de los crímenes que el sátrapa Hugo Chávez cometió.

Hombre que sólo cambió a medias cuando fue víctima de esos crímenes.

Yo no confiaría tanto en él, ya hemos visto: Arias Cárdenas, Didalco Bolívar, William Ojeda, etcétera. Yo confiaría más en aquellos políticos que se han opuesto a la autocracia chavista no por verse acosados por el régimen, sino por honor, decencia y dignidad.

 

La esperanza

He manifestado hasta ahora con mucho sentimiento y dolor el peso de mi frustración, lamento tener que hundir la daga de mi crítica contra una persona, insisto, que aprecio y respeto, fue difícil para mí. Pero pienso en Venezuela y en los millones de personas que han sentido lo mismo que yo en esta hora compleja y que no tienen la oportunidad de publicar su frustración.

Que Henrique haya claudicado no significa que la mayoría de los venezolanos lo hayamos hecho también. Ni de vaina. Esto sigue, nuestro destino último es la libertad. Mientras nuestro aliento sea capaz de empañar una hoja de vidrio tendremos fuerzas suficientes para vencer.

Como expreso al principio de este artículo, también estoy poseído por una entrañable esperanza. Concisa, abreviada, pero vigorosa esperanza de que pronto Venezuela será más segura, más humana y más libre.

Sí, tengo mucha esperanza, mi esperanza eres tú…

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