“El error de los años noventa fue creer que la democracia
era inevitable (…) La competición global entre gobiernos
democráticos y autocráticos se convertirá en un rasgo
dominante del mundo del siglo XXI“.
Robert Kagan
Haber presenciado la inconsecuencia con los principios democráticos que tuvo lugar cuando la CELAC de forma insólita designó como su presidente pro témpore a un tirano como Raúl Castro, nos lleva a ir, más allá de la indignación y el repudio que tal agravio produjo a la conciencia democrática, hacia la valoración de la pugna que tiene lugar en el planeta entre democracia y autoritarismo y el desdén de ciertos gobiernos respecto de la necesaria defensa de los valores universales de Occidente. Sin duda, el dilema en el que sigue debatiéndose el destino político de los pueblos.
Asomarse a la escena internacional en el siglo XXI, por encima de las demostraciones de “realismo pérfido” de los gobiernos latinoamericanos que fueron a reunirse recientemente en La Habana, es constatar la existencia de una persistente contienda global entre esos dos tipos de régimen político, a pesar de que unas décadas atrás se pensó quiméricamente que la democracia había triunfado de una forma definitiva sobre las dictaduras.
El derrumbe del totalitarismo comunista del siglo XX y el fin de las dictaduras militares en nuestro patio latinoamericano auguraban mejores tiempos para la libertad, el inicio de una época luminosa, un camino ineluctable hacia el progreso de las naciones. La democracia estaría ganando una competencia que había sido larga y muy cruenta.
Esa apreciación optimista condujo a Fukuyama a hablar de “el fin de la historia”.
No obstante, ese sueño no duró mucho tiempo. Nuevas sorpresas nos traería la vida. No era cierto que la pelea estaba ganada. Los seres humanos continuamos tropezando con la misma piedra. Nuevos autoritarismos aparecerán, mutaciones de totalitarismos resurgen, inéditas ideologías mortíferas se difunden, iguales o peores que las ya conocidas.
Frente a esta realidad, el escritor norteamericano Robert Kagan hablará del retorno de la historia, “el mundo ha vuelto a la normalidad”. Y ésta significa que las disputas por estatus e influencia en el mundo siguen siendo las características esenciales de la vida internacional. Con el agregado de que ellas son también entre democracia y autocracia, y cada país se coloca en el bando más acorde con la naturaleza de su régimen.
EEUU, Europa, Rusia y China, las potencias más importantes, se encuentran en el centro de este debate planetario, que es también ideológico.
La ex Unión Soviética vuelve por sus fueros en el ámbito internacional. Es la “Gran Rusia” que pugna por resurgir. Allí, Putin defiende una visión “democrática” muy distinta a la que tenemos en el mundo Occidental.
Para él, el “modelo oriental de democracia”, no significa independencia de los poderes públicos, vigencia del estado de derecho y de los derechos humanos. Democracia es la implementación de “la voluntad popular” en términos de satisfacción de las necesidades materiales de la población, no en términos de derechos ciudadanos. Como recuerda Kagan, el gobierno ruso no afecta demasiado a las vidas privadas de los rusos, siempre que no se metan en política, ni se opongan a sus designios.
Por su parte, los gobernantes chinos tampoco creen en la democracia. Son partidarios de un gobierno central fuerte, y al igual que los rusos, desprecian las debilidades de la democracia. Han instaurado un sistema económico de mercado, pero bajo una dictadura de partido.
En ambos sistemas se cree que la democracia debilitaría y dividiría a sus naciones, y para que sean respetados en el mundo, deben mantener un gobierno férreo. Chinos y rusos están convencidos que ser autócratas es la manera correcta de defender los intereses de sus países.
Estos gobiernos en sus relaciones exteriores han establecido vínculos con gobiernos que han retado la visión occidental de la democracia. El venezolano es uno de ellos.
Tiranías africanas y del Medio Oriente buscan en aquellas dos potencias el apoyo que no obtienen en las democracias. Los autócratas, como los bomberos, no se pisan la manguera; se juntan y protegen para perpetuarse en el poder. Obviamente, en el medio están jugosos negocios que enriquecen a las oligarquías que en ellos gobiernan.
Los une su animadversión hacia la democracia y el enfrentamiento con la gran potencia mundial: EEUU. Igualmente, su empeño en lograr un nuevo tipo de legitimidad al interior de sus países.
El gobierno venezolano se ha involucrado en esa dinámica y en la confrontación ha afectado negativamente los intereses del país. Se ha aliado con lo peor de cada casa. Los más grandes tiranos del mundo son sus más estrechos amigos. Se engancha a la estrategia geopolítica de los gobiernos ruso y chino, y entrega en cuerpo y alma a la tiranía cubana.
Así, el dilema planetario “Democracia o autocracia” ha tenido y tiene también un escenario de lucha en nuestro país.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com