Hasta el momento en el que, a duras penas, puedo tomarme unos instantes para comenzar a escribir esta columna, teníamos acreditadas 146 detenciones en todo el territorio nacional, todas ellas relacionadas con las protestas pacíficas que han tenido lugar en nuestro país toda esta semana. En la mayoría de los casos se trata de estudiantes, e incluso hemos podido registrar la detención de varios adolescentes. El motivo constante de la detención en casi todos los casos es la simple presencia en las protestas. Se trata, de nuevo, de un empeño brutal, y muy poco inteligente, valga la acotación, del gobierno de limitarle a la ciudadanía el ejercicio de derechos que nuestra Constitución garantiza. Es un esquema repetido. Ya en 2007, cuando a raíz del cierre de RCTV y de la proposición de una reforma constitucional fallida se dieron importantes protestas a nivel nacional, se había actuado desde el poder con apego al mismo libreto.
En esta oportunidad, sin embargo, los guionistas han recurrido a nuevas y más organizadas maneras de criminalizar la protesta agrediendo a quienes se oponen al poder. Llama especialmente la atención cómo se pudo verificar que el día 12 de febrero, la violencia no llegó a ninguna de las expresiones de protesta sino hasta después de que éstas habían terminado formalmente, de manera casi simultánea en toda la nación (lo que da cuenta de su evidente preparación previa) y sólo cuando aparecieron los cuerpos de seguridad del Estado acompañados, como se ha hecho costumbre, de colectivos civiles armados, a los que dejan hacer y deshacer sin ponerles coto alguno. Si en algún momento se ha puesto en evidencia la evidente complicidad entre el poder y estos grupos irregulares, ha sido ahora.
Tan es así, que hemos leído y escuchado a los voceros del oficialismo, continuamente, hablar de la supuesta violencia de “los fascistas”, de “la derecha” y así, pero a nadie de aquel bando le hemos oído decir “ni pío” sobre la más que demostrada (probada en decenas de testimonios en video y fotográficos) actuación violenta de los propios cuerpos de seguridad y de estos “colectivos revolucionaros”. Es evidente que todos son parte de un esquema en el que criminales y gobierno se hacen uno, todo con la única finalidad de desarticular las protestas. Está muy clara la estrategia: Hay que colocar toda la “maldad” del lado opositor, no en el lado del oficialismo; esa es la idea que pretende consolidarse, a guisa de “mentira oficial”, sobre los últimos acontecimientos.
Ya ha pasado antes. Lo mismo sucedió el 11 de Abril de 2002, durante el Paro Cívico Nacional (2002-2003) y luego cuando se protestó por el “reafirmazo”, en 2003, y contra el cierre de RCTV y la reforma constitucional (2007). La revolución no sólo se afana con denuedo en torcer la historia patria, convirtiendo la gesta de Bolívar y de nuestros próceres casi en un apéndice del “legado” de Chávez, sino que utiliza todo su poder mediático e institucional para forzarnos a leer el presente sólo como a unos pocos les interesa que sea leído.
Por eso Maduro suspende, de facto y sin cumplir con los trámites legales y constitucionales establecidos para ello, las garantías constitucionales; y nos sitúa, también de hecho, en un estado de excepción. Ha ordenado, en cadena nacional además, que se reprima y encarcele a todo el que haciendo uso de sus derechos constitucionales a la protesta pacífica, se manifieste contra el poder “sin permiso”. Me pregunto, ¿de cuándo a acá dice nuestra Carta Magna que para protestar pacíficamente contra el poder hay que “pedir permiso”? Lo único que exigen las leyes es que, en el caso de marchas que vayan a recorrer determinados espacios, se notifique a la autoridad, no para que reprima la expresión cívica, sino por el contrario, para que la proteja. Pero el cuadro es aún peor, Maduro también, de facto nuevamente, ha restringido nuestro derecho constitucional a tener acceso a la información, no sólo privando de señal a canales internacionales de noticias, para evitar que los venezolanos los veamos, como NTN24, sino declarando públicamente que sancionará “severamente” a todo medio impreso, digital, radial o televisivo que muestre en tiempo real y sin censura la verdad de lo que está pasando, todos los días, en nuestro país. Que no nos quepa duda, las garantías constitucionales que resguardan nuestro derecho a la manifestación y a las protestas públicas, pacíficas pero críticas y contundentes, y a tener acceso a la información veraz de lo que nos acontece, están suspendidas de hecho. Ni siquiera durante “la cuarta” se había llegado a tanto.
Mientras tanto, las redes sociales, y los pocos medios que no se dejan subyugar, nos muestran un país muy diferente al que mostró Maduro en su cadena del 12 de Febrero. Mientras el oficialismo se afanaba en comparsitas y bailoteos el país se desangraba, cobrando la barbarie la vida de al menos tres ciudadanos, y en todo el territorio nacional la ciudadanía, espontáneamente, salía a sus calles (que son del pueblo, no del poder) a reclamar respeto a sus derechos. Sigue pasando, pero al poder no le interesa que se sepa. La gente está cansada de que se les nieguen su ciudadanía y hasta su existencia. Ese otro país, el que no quiere que las cosas sigan como van hasta ahora, el que padece la escasez, la inseguridad, la inflación y el desempleo, pero sobre todo la ceguera del gobierno ante sus pesares, se impone contra viento, marea y balas, y demuestra identidad y fuerza. El gigante (el de verdad, que se representa en el pueblo, no el que los enanos califican como tal) está despertando. Y esto al poder le resulta insoportable.
Nos toca resistir, con las armas de la ley y de la Constitución en la mano, pacíficamente y sin caer en provocaciones violentas, con inteligencia y aplomo, pero resistir. Este es el tiempo de la ciudadanía. La vorágine de los tiempos que vivimos en estos últimos días nos ha hecho dejar de lado otros temas, pero mientras muchos protestan en las calles, otros, que no son indiferentes, siguen comprendiendo, con la escasez, la ineficiencia y la inseguridad apuntándoles a la cabeza todos los días, que esto ya no da para más.
A esto, a que la gente se dé cuenta de cómo es que están en verdad las cosas en nuestra Venezuela, ha contribuido de manera definitiva el propio Maduro. Su empeño ciego en negar la realidad no ha hecho más que hacerla más patente, más evidente, más clara. Y ha cometido un pecado que nadie, ni siquiera la izquierda consciente en el mundo, perdona: Se ha metido con los estudiantes, que para abundar en sus males, no se han amilanado, y allí siguen, dando la cara por el país, pese a los abusos de los desaforados.
El país ha cambiado. Venezuela está conmocionada y reclama nuevos rumbos. Muy torpe es el que, siendo líder en cualquiera de los bandos en pugna, no se percate de ello.
@HimiobSantome