Nicolás Maduro insiste en decir que administrar el poder es ejercer la violencia. Además, defiende con terquedad que la política se reduce a conseguir el poder sin importar el precio. En su criterio los asuntos relacionados con el bienestar de la sociedad están relegados a otros planos. Esa visión es lo que explica que haya montado en un fogón el buen vivir de los venezolanos. Sin embargo, los hechos le están demostrando que su razonamiento es equivocado. Sobre todo, las recientes protestas deberían enseñarle que los dirigentes pueden terminar arruinados por sus prejuicios.
El presidente tiene algún tiempo para examinar lo ocurrido y no terminar como un loco atrapado por sus desvaríos. Por eso, debería aceptar que su invitación al diálogo cayó en el vacío. En momentos en los que las familias ni siquiera cuentan con gas doméstico y los militares y paramilitares matan por la espalda a quienes protestan, teorizar sobre la paz es una estupidez. La gente quiere calidad y garantías de vida, no conferencias. El presidente debería despertar de su sueño cubano y darse cuenta que las calamidades cotidianas y la actitud cínica de su gobierno le están cerrando las pocas ventanas que aún le quedan.
Nicolás Maduro se está quedando solo. Su deslegitimación va de la mano con la destrucción de la buena vida. Cada anaquel vacío es un hueco más que se acumula a los muchos que ya tiene su perforada autoridad. Sin embargo, el presidente no comprende que su apego a la seudo-filosofía cubana del poder lo está expulsando de la jefatura del Estado. Sus ideas son sus enemigos, no una sociedad que lucha por su bienestar. Por cierto, los amigos de Nicolás Maduro comulgan con los postulados cubanos. Esa cúpula con la que se reparte el gobierno está convencida de que la política es conquistar el poder utilizando cualquier medio. Por eso, no resulta extraño que sus aliados sean quienes lo azuzan para que desafíe la paciencia del pueblo y su suerte. Después de todo, sus compañeros comparten con él la tesis según la cual la traición vale oro cuando se trata de alcanzar el poder.
El presidente está siendo derrocado por su visión de la política. Sus maestros cubanos le enseñaron que una vez que se llega a la cumbre el esfuerzo hay que concentrarlo en mantenerse el mayor tiempo posible. Por eso, desde que llegó a Miraflores Nicolás Maduro se ha ocupado del comadreo en el palacio, antes que del bienestar colectivo. Su tiempo lo ha invertido en cuidarse de Diosdado Cabello, de algunos militares golpistas y de tantos otros que fueron adoctrinados con los mismos principios cubanos. Pero mientras ha pretendido protegerse de los hermanos que le sacan la alfombra en sus narices, se ha quedado aislado. En su extravío sigue sin entender que el buen vivir del pueblo es el límite de la política y no las intrigas.
Alexis Alzuru
Profesor. U.C.V.