El peor daño que pudo hacerle a Nicolás el difunto HCh fue dejarlo al frente de un descosido y fragmentado régimen. Mientras el difunto mandaba éste se mantenía unido por el liderazgo que evidentemente tenía.
Pero en menos de un año las fracturas en la base del principal partido del régimen, el Psuv, evidencia las claras roturas que paulatinamente están aislando a los grupos tradicionalmente chavistas, los puros y ortodoxos, con los llamados pragmáticos maduristas y que entre los enclaves populares chavistas, llaman “los de arriba”.
Producto de esa fragmentación hoy vemos a las comunidades organizadas y que hasta la última elección presidencial, mantuvieron una fe inquebrantable en la palabra empeñada a su comandante eterno, quien pidió apoyar a Nicolás, desligándose de los jerarcas rojos.
Pero la realidad es más fuerte y terrible cuando, desde las zonas populares se escuchan los reclamos, ya no por la escasez por las restricciones de alimentos y medicinas, sino por lo más elemental y esencial: los servicios de salud y la violencia que ha puesto en riesgo sus vidas.
Cuando una sociedad llega a ese extremo no hay fe, ideología o política que la satisfaga. Es que la sociedad venezolana, toda, se encuentra en la línea extrema de sobrevivencia. Y para mayor trauma, no hay ni en la derecha ni en la izquierda caminos para transitar. Solo desde abajo, donde estamos la mayoría de los venezolanos, vemos a los de arriba, una ínfima minoría, quienes danzan y bailan sobre nuestras penurias engordando sus bienes materiales de la manera más grotesca y restregándoselo en el rostro a los más humildes.
Esa es la realidad de la Venezuela actual. Ya es tiempo perdido seguir escribiendo sesudos análisis sobre quién nos llevó a este drama o por qué caímos en este oscuro hueco.
Lo que sí es cierto es que estamos desde hace varios años en un proceso de cambios sociales que se han estado moviendo gradualmente y que ahora se aceleran. Esta violencia lleva años y ya tomó las calles, inicialmente de manera improvisada y anárquica. Progresivamente arrastra a la población estudiantil, familiares y amigos. Ahora se le suman otros jóvenes y también vecinos e incipientes grupos en las zonas populares.
Las manifestaciones de protestas se están transformando en revueltas callejeras y estas, amparadas en barricadas, resisten medianamente en las llamadas “guarimbas” que responden incipientemente, en actos de heroísmo con su secuela de saldos trágicos.
Poco falta para que se vean grupos organizados en su dolorosa denominación como una rebelión popular. Si los actores sociales clásicos en toda sociedad, el liderazgo político, no es capaz de interpretar esa voz social cargada de verdad y legitimidad, van a ser sobrepasados por esa fuerza descomunal que los borrará en una baño de sangre como ha ocurrido en la historia venezolana.
Saber actuar políticamente no es encerrarse en un cenáculo entre dirigentes prepotentes oficialistas y opositores oportunistas, para negociar de espaldas a los ciudadanos.
Parte de la sociedad está esperando que el desastre social y económico, aparte de la intolerable inseguridad que nos está matando a todos, se corrija “ya” con la salida del presidente. Ese inmediatismo es peligroso y muy riesgoso. Está llamando a las puertas de las jaulas donde están agazapados los “gorilas en la niebla” con sus sables filosos.
El autoritarismo de este régimen personalista que heredó Nicolás está oscilando hacia la clásica expresión del militarismo tradicional venezolano, que se evidencia por estos días: represión, cárcel, tortura, asesinatos y desapariciones, mientras busca frenéticamente entablar “diálogos” para alargar su permanencia en Miraflores.
Ningún gobierno que se califique como humanista y menos socialista reprime a su pueblo de manera brutal, sádica y se justifica tan cínicamente.
Los líderes opositores tienen la palabra. Dialogar con el contrario siempre es posible y necesario. La palabra debe prevalecer sobre las balas, de lo contrario condenaríamos la vida y alabaríamos la muerte.
@camilodeasis