Cuando las emociones prevalecen en la actividad política se cometen errores que pueden ser muy graves no sólo para quien decide, sino para los ciudadanos que están esperando una acción de gobierno realmente eficiente. Maduro está en esa disyuntiva, porque en su accionar prevalece la emoción, más no la racionalidad.
Esta crisis que vive Venezuela tomó descolocado al Gobierno nacional. No aciertan en sus decisiones, porque se enredan en una madeja espesa de contradicciones que los dejan al descubierto ante la opinión pública. Se ha empeñado en decir que en Venezuela “no pasa nada”, pero en sus acciones y discursos dejan ver que si está pasando algo y muy grave por demás.
Van de error en error. No han podido desactivar la protesta en las calles que ahora tiene otros ribetes. En buena parte no han logrado calmar los ánimos de un pueblo hastiado de inseguridad, escasez, inflación y deterioro de su calidad de vida; porque no quieren entender el fondo y prefieren atacar la forma de lo que ocurre.
Aquí no se trata de una conspiración internacional, sino de las consecuencias de 15 años de desaciertos que han conducido a que el país esté deteriorado hasta el límite. Vivimos en un clima de violencia brutal. La escasez es profunda y la inflación se burla de cualquier intento gubernamental por dominarla.
Ese es el fondo de la crisis. Pero entender y atender la raíz del problema implica un cambio radical de rumbo que amerita, como he dicho en otras ocasiones, la admisión que el modelo socialista fracasó y que se necesita de un real y brusco giro de timón para recuperar la economía y paulatinamente atender el reclamo social.
Maduro insiste en un diálogo que es más bien un monologo, en el cual una parte de los presentes se desviven en loas y acusaciones de la conspiración internacional, mientras otros se colocan en posiciones extrañas legitimando la ausencia de gobernabilidad en Venezuela.
Yo respaldo la posición de la Mesa de la Unidad y de Henrique Capriles de dialogar con una agenda de por medio, en la cual se establezcan los problemas sobre los cuales se discutirá y se asignen metas que nos permitan bajar los niveles de conflictividad. Entre los temas prioritarios de una agenda para el diálogo, está la libertad plena de los presos políticos como Iván Simonovis y Leopoldo López, entre tantos otros.
No se puede acudir a un diálogo sin esa agenda mínima, sólo para complacer las ambiciones del Gobierno por seguir simulando que ellos son la víctima y los que protestan son los victimarios. Ellos como gobierno son los responsables de los graves problemas que han impulsado a los venezolanos para que salgan a las calles a protestar.
Todo es una farsa porque hablan de diálogo y Maduro luego ordena a los colectivos que apaguen cualquier “candelita” que se prenda en las calles. Esa es la clara confesión que si tienen bandas armadas que actúan al margen de la ley reprimiendo las protestas. Con eso además admiten que la crisis los superó y que no saben como calmar los ánimos.
Pero además han quedado al descubierto ante la comunidad internacional no sólo por la brutal represión, sino por negarse a que la crisis sea revisada en organismos internacionales como la OEA y la ONU. Su exagerada reacción contra Panamá al romper todo tipo de relaciones, es otra clarísima señal que la crisis existe y que han cometido cualquier cantidad de violaciones a los derechos humanos.
Mientras sigan haciéndose las víctimas, mientras no entiendan el fondo de la crisis y mientras no asuman que se necesita un diálogo real con una agenda de temas y sin cartas escondidas; seguirán actuando más con la emoción que con la racionalidad y no podrán desactivar la crisis.