Volvemos con una vieja anécdota. Un empresario muy exitoso nos aconsejó que cuando evaluáramos una decisión no nos conformáramos con especular sobre cuánto podíamos ganar, que lo más importante era cuantificar cuánto podíamos perder, si las cosas no salían bien.
Empresarios quiebran y políticos fracasan por tener una visión unidimensional de ganar en todo lo que decidan. No piensan en el costo de perder más de lo que pueden disponer.
Pensará el trío Maduro-Cabello-Ramírez, y muchos otros, la enormidad de lo que pueden perder si falla su estrategia de mantenerse en el poder a todo costo, con la represión en aumento cada día acompañada del hampa desatada y los “colectivos” en la calle. Se sabe que el régimen ha hecho de la impunidad una política de Estado. Agréguesele el desabastecimiento y el temor de que la “cosa” se ponga peor ante el anuncio de la inminente implementación de una tarjeta de racionamiento que le impondrá al ciudadano cuánto y qué puede comer. La lista de agravios es larga y conocida. Faltan medicinas y los hospitales públicos son un desastre. Las clínicas privadas están a punto de colapsar. El mismo criterio sirve para medir la calidad educativa. Al régimen se le olvidó que estamos en el siglo XXI, el de la modernización, los grandes descubrimientos científicos, la prolongación de la vida humana, la cura de enfermedades hoy mortales, la educación a distancia y el trabajo desde el hogar. Las relaciones obrero-patronales en una nueva dimensión de copropietarios. El fin de la era del petróleo. La energía solar y el hidrógeno serán fuente inagotable de energía dominada por el hombre. Es por eso que este será un siglo para rescatarlo de la historia de la humanidad.
Mientras tanto este régimen nos condena a un atraso criminal. Tiene demasiadas cuentas por pagar. Que no se llame nadie a engaño, este sistema perverso de Venezuela cuando salga del poder estará en la mira de muchos. No solo de los ciudadanos a quienes se les ha confiscado el futuro. Sino, también, de todos los países que apoyarán a la nueva democracia y castigarán a los pocos que se escapen de Venezuela sin destino cierto. No crean que sus propiedades y dinero mal habido les compraran santuario. Sus cuentas serán congeladas y sus activos confiscados, donde quieren que estén, cuando quede al descubierto la enormidad de los desastres y las mentiras con las cuales pretendieron engañar al pueblo. La corrupción que se convirtió en moneda de cambio. Los insultos a la dignidad ciudadana. El abuso de poder. Los presos y los torturados. ¿Ha pasado por la mente del oficialismo la magnitud de los expedientes que se le levantarán a cada uno? Como lo dijimos al comienzo, si hoy creen que han ganado y seguirán así, tómense un momento para cuantificar cuánto pueden perder cuando salgan del poder ¡y saldrán! De “eso” es de lo único de lo cual se puede estar seguro.
Píldora dos: los demócratas.
Están equivocados los que abogan por esperar hasta 2019 cuando venza el período presidencial actual. El régimen está empeñado en dos tareas: una, mantenerse en el poder, y la otra, convertir a Venezuela en una Cuba y en sus mentes enfermas en la “cuna de la felicidad”. Pueblo pobre y una élite rica y poderosa. Pero los ciudadanos de Venezuela disfrutaron de 40 años de libertades bajo una democracia con sus imperfecciones, pero que nos dio un sistema político con alternabilidad de mando, separación de poderes, elecciones libres, partidos políticos fuertes, libertad de expresión, discusión abierta y respetuosa de diferentes ideologías, acuerdos entre empresariado, sindicatos y oficialismo, respeto a la contratación colectiva, modernización de la educación (Proyecto Gran Mariscal de Ayacucho). Todo esto y mucho más está inserto en los genes de los venezolanos, y aunque por 15 años hemos soportado un desgaste continuo de nuestra calidad de vida, ha llegado el momento de decir ¡basta! No podemos correr el riesgo de esperar más. El costo sería impagable.