El oxígeno que tomó la MUD, más exactamente los defensores dentro de ella de la “ruta democrática”, con el debate del jueves 10 de abril no puede tomarlo como una licencia para actuar a su real y libre albedrío.
Por el contrario, debe cuidar muy bien sus pasos. Las circunstancias y los errores de otros, los promotores de “la salida, la colocaron en un lugar privilegiado del escenario político donde no hizo nada, o casi nada, por ubicarse. Se podría decir, más bien, que se sentó a esperar a que se disipara un poco el tumulto de la discordia interna, los estudiantes pusieron la carne en el asador, la suerte tocó a su puerta y supo sacar de ella un nuevo aliento.
La MUD tiene ahora por delante la complicada tarea de dirigir una lucha en el plano natural de la política, el del diálogo y la negociación.
Lo hemos dicho muchas veces, la unidad es el gran activo político de la oposición. Cuidarla es labor necesaria y permanente. Ahora bien, proteger la unidad no debe ser alcahuetear la MUD. En especial en esa perversa práctica de la macolla, del control cogollérico vía G-7, G-5. Por esa vía la MUD se ha venido convirtiendo en club de amigos al margen de sus propios partidos y de los factores de la sociedad democrática que la respaldan. Los miembros de ese club han empezado a nombrar comisiones y a tomar decisiones sin ni siquiera considerar las opiniones de las propias organizaciones a quienes representan. Se empeñan en actuar sin corregir los vicios.
He sido siempre fiel defensor de la MUD. Pero insisto, criticarla también es defenderla. Entrar en el diálogo con el gobierno debe hacerse bajo el manto de la Constitución, no solo en términos declarativos. Exigir, por ejemplo, designación pendiente de los poderes públicos es con base a lo establecido en la Carta Magna, no con el procaz criterio de la repartición de cambures.
Ayer dije “ni atorarse ni apendejearse”, debe ser la máxima. Hoy digo, “se están atorando”.