Venezuela y las lecciones para Cuba

Venezuela y las lecciones para Cuba

Vzla lecciones Cuba

Durante los 15 años de acercamiento entre Cuba y Venezuela, se ha observado claramente que ambos países han tenido un efecto decisivo en el otro.

Harold Cárdenas Lema/elTOQUE





Este vínculo ha tenido repercusiones imprevistas, efectos secundarios provocados por la cercanía política y que, a la larga, se convierten en lecciones para el otro. Hoy nos acercaremos a las enseñanzas que tiene el actual debate político venezolano para Cuba.

Comparar las realidades de ambos países sería un ejercicio poco serio. Con una historia y un contexto muy distinto, cada uno tiene sus desafíos que superar. No obstante, sí podemos valorar algunos aspectos que no deben pasar inadvertidos.

En los últimos días se celebró la mesa de diálogo en que el presidente de Venezuela escuchó a líderes de la oposición y debatió con ellos asuntos escabrosos sobre su país. Estoy seguro de que Nicolás Maduro había atendido opiniones de sus detractores en otras ocasiones. Quienes nunca habíamos visto tal cosa éramos los cubanos, que fuimos testigo de dicho diálogo a través de la señal del canal de televisión Telesur.

No es la primera vez que Telesur rompe esquemas en Cuba. Su primer día de emisión directa hacia este país, coincidió con el discurso de reelección del segundo mandato de Barack Obama, que los cubanos pudimos ver íntegramente. Nunca habíamos contemplado cosa así, escuchar la opinión “del otro” directamente, sin que sea narrada por alguien más, fue un logro en los medios masivos y la psicología política del país.

El debate que tiene lugar en Venezuela en estos momentos vale oro para nosotros. Nuestro Estado podría aprender de su capacidad de comunicación, de experimentar recursos, intencionalidades y las vías de comunicación que tiene la institucionalidad de ese país. Además, una parte de aquellos que se oponen a la gestión gubernamental cubana, bien podrían necesitar lecciones de nacionalismo y civismo al igual que sus pares venezolanos.

Hace unos días un joven bloguero cubano ponía en su muro: “Ayer me acosté bien tarde, ese debate entre el gobierno y la oposición venezolana no podía perdérmelo y lo más interesante del tema es que lo vimos todos los cubanos (los que quisimos) completo y en vivo. Evidentemente algo cambia en este país…”. Lo que ocurre en Venezuela no está pasando inadvertido para nosotros, para bien o para mal. Aunque las realidades son distintas las dos naciones comparten algunas virtudes y defectos que se están poniendo a prueba en dichos acontecimientos.

Aclaro que en Venezuela la mesa de negociaciones es un imperativo porque ha ocurrido una crisis con tintes violentos. Cuba no está en esas condiciones, en esta isla el imperativo consiste en crear mayores niveles de participación política e impulsar principios de horizontalidad necesarios para la sociedad.

Destaco la alusión que hizo Nicolás Maduro a que una sociedad sin jóvenes críticos no es una sociedad sana. Este comentario suyo, además de reconocer la capacidad crítica de la juventud venezolana, les pone la pelota en su cancha y deja muy mal parados a los que aún recurren a la violencia en las calles.

Podríamos preguntarnos si en Cuba existe esa juventud crítica, pero en caso de existir… ¿Tendrán nuestra sociedad y nuestras instituciones la madurez para saber canalizar ese pensamiento joven en función del bien común? ¿Lo marginarán? ¿Podrá existir algún escenario intermedio? De no saber lidiar correctamente con los jóvenes, estaría ocurriendo un divorcio de intereses que históricamente ha tenido consecuencias políticas.

Son muchas las lecciones de los últimos días. Una de las principales se refiere a la oposición, que va desde los que utilizan vías democráticas y dialogan, hasta los que se aferran a la violencia. En Cuba también tenemos esa diversidad, históricamente han existido muchos mitos al respecto y, quizás, el primero sea creer que constituyen un grupo homogéneo.

Lo segundo es creer que todos están pagados por Estados Unidos o que su labor se debe exclusivamente a ello, pero el sentido común indica que es imposible que todos pensemos igual. Es un hecho que existe una deleznable relación de subordinación respecto al vecino del norte por parte de muchos, pero generalizar esto sería un error imperdonable.

Tanto los gobiernos de Venezuela como de Cuba se merecen mejores detractores; que en el primero no se opte por la violencia y en el segundo no se venda a un mejor postor. Dicho esto, agrego que debe existir un clima en el que se pueda disentir del Estado, siempre que las intenciones y motivaciones sean en pos del bien común, no obedezcan a agendas de terceros o proyectos individuales, y no existan fuerzas internacionales que amañen el asunto.

Habría que ver si el diálogo con la oposición venezolana no podría pulir la gestión gubernamental o si se puede discrepar de las políticas gubernamentales en Cuba sin sufrir una presión social discriminatoria. Ambas son metas civilizatorias que le tocará resolver a estas naciones en los próximos tiempos. Esperemos que exista la suficiente madurez política.

Sería imperdonable omitir que en Venezuela, los dirigentes opositores fueron electos por una porción de la población, por lo tanto tienen derecho a compartir la mesa de diálogo con otros que también fueron electos, excepto que estos últimos ganaron por mayoría.

En Cuba, los dirigentes de la contrarrevolución no han sido electos por masa alguna, incluso es cuestionable afirmar que tengan alguna base social. Además, si sentarse en la mesa con la oposición en Venezuela constituye una necesidad, en Cuba sería legitimar a una fuerza política que, por muchas razones, no ha logrado arraigo social. Sería un absurdo comparar dos realidades tan ajenas pero aprendamos conscientemente de los acontecimientos.

Es posible que la mesa de diálogo no llegue a funcionar, es posible que los resultados sean parciales o que, en el peor de los casos, regresen los altos niveles de violencia en las calles.

Venezuela es ahora mismo un país donde puede pasar cualquier cosa pero independientemente de cuál sea la solución para su situación actual, debe contar con el respaldo de la mayoría del pueblo. Debe hacer confluir un país que se ha dividido en dos aguas y necesita llegar a un consenso para seguir adelante. Una solución que ignore la existencia de la otra parte sería una victoria pírrica.

Tanto Capriles como Maduro deben tener en cuenta a la otra parte.
Seguiremos el curso de los acontecimientos venezolanos desde Cuba. Telesur seguirá mostrando lo que la tímida televisión nacional aún tiene como tabú y si nos lo proponemos podremos aprender de ello. Estoy seguro que las lecciones aún no han terminado.