A Omar López y la promoción La Salle 1978.
El mes de abril se ha tornado largo, nostálgico, pesado, sorpresivamente ingrato. Cada minuto que pasa de sus días convierten a sus horas en terremotos de gran intensidad que dejaran escombros en la memoria de todos quienes lo vivimos.
Un mes que ha sido duro para los venezolanos; de una dureza inusual que rompió record de lo vivido aquel aciago mismo mes de 2002. Una sucesión de treinta largos días, que atemoriza, que recrea hechos que deseamos nunca más se reeditaran, no solo en la dureza del ejercicio de poder sin escrúpulos, basado en la mentira, la manipulación y en una violencia que nos es aneja, sino que nos da cuenta, como una cachetada injusta e injustificada, de la profunda división que existen entre los venezolanos. Una dureza que no es creación mediática ni hipérbole discursiva de quienes fungen como líderes del archipiélago social en que nos hemos convertido.
El mes de abril va dejando sinsabores no solo en nuestra maltrecha Venezuela, también hace de las suyas en Latinoamérica, se llevó a “dos grandes destructores de frontera y constructores de una humanidad”, al decir de Rubén Blades: José “Cheo” Feliciano y Gabriel García Márquez, el inmortal “Gabo”.
Mis coetáneos de los sesenta nos formamos con el influjo de uno y de otro.
El “niño mimado de Puerto Rico”, como lo anunciaban en aquel famoso concierto neyorquino del 26 de agosto de 1971 de la inolvidable orquesta Estrellas de Fania, era “el único personaje que ya para aquel entonces se revestía con los matices del ídolo ante los seguidores de la cadencia”, tal lo relata Cesar Miguel Rondón en su extraordinaria obra “Salsa”.
El Gato “Cheo Feliciano”, el de la célebre estribillo “de yo soy el que soy”, el intérprete de la pegajosa canción “El Ratón”, marcó el despertar a la vida festiva y la insolencia propia de mis compañeros de adolescencia, causando furor no solo en las emisoras de corte popular, sino también juvenil, siendo éstas permeadas por la salsa considerada despectivamente como música de barriada, “representando en este primer momento todo el desborde del boom de la salsa, no solo sedujo a los rocanroleros, sino también a los públicos universitarios e intelectuales” (César Miguel dixit). De esta manera, el gran “Cheo” Feliciano conquisto de por vida nuestros gustos y sitial de honor compartido con otros intérpretes del mismo género en nuestros baúles, estuche de los discos de acetato, la estantería para los Cd´s y ahora en los play list de nuestros ipod, iphone y Spotify y ya veremos como sigue la sucesión.
También este mes de abril, se lleva en viaje sin retorno a “Gabo”, uno de los autores preferidos, de mis dilectos profesores del Colegio La Salle La Colina, los Hermanos Juan Enrique Beltrán, Luis Alcorta y el profesor Nicanor Pérez de la Vega, quienes junto a mi amado y extrañado padre Eneas Palacios, debo el hábito de la lectura y el amor por los libros.
Este premio nobel colombiano, más allá de su cómoda militancia socialista a la cual buscaba siempre cualquier justificación y también mantenida por otros galardonados hispanos como Neruda, Cela y en cierta época de su vida Vargas Llosa, perforó las bardas de lo ideológico para convertirse en “patrimonio colectivo de la identidad de un continente que encontró en sus letras el reflejo de un espejo que retrató nuestros colores”, tal como lo expresó en su comunicado la Comisión Económica para América Latina –CEPAL- ante su muerte.
El “Gabo”, el orgullo de su natal Aracataca, fue el colombiano vivo más importante hasta el 17 de abril día de su muerte, de su pase sin barreras a la inmortalidad y nacimiento de “una nueva religión: el gabismo”, como lo decreta Carmen Balcells, la agente literaria más importante del mundo hispano.
El colombiano más universal, fue un escritor afecto al poder y a los poderosos (Carlos Andrés Pérez, Omar Torrijos, Felipe González y Clinton, entre otros) todos ellos controversiales, algunos deleznables como Fidel Castro, que rompen la formaleta de lo que entendemos como un humanista integral afecto y vigilante de los derechos humanos de lo cual deriva tal condición.
En efecto, García Marquez expresó en febrero del 2006 al diario catalán La Vanguardia, en la que es considerada su última entrevista concedida, que “como escritor, me interesa el poder, porque resume toda la grandeza y miseria del ser humano”.
Al igual que su gran amigo López Michelsen, cultivó el gusto por el vallenato, hasta tal punto que dicen que él expresó que “Cien años de soledad era una vallenato de 350 páginas”.
El “Gabo” el hombre tímido a quien la fama, como el mismo lo confesó, estuvo “a punto de desbaratarle la vida, porque perturba el sentido de la realidad, tanto como el poder”, tuvo una estrecha relación con nuestro país en donde cosechó grandes amistades (Miguel Otero Silva, Teodoro Petkoff y Simón Alberto Consalvi). Llega al país a una Caracas cincelada en “una conurbación que rozaba el millón y medio de habitantes, una franja urbana que crecía en desorden dominada por los automóviles, y cuya blancura refulgía en contraste con los cerros verdes y la cumbre malva del monte Ávila” (Gabriel García Márquez, Una vida de Gerald Martin, “mi biógrafo oficial”).
Abril, no solo nos brindo mezquinamente su luna, a la cual escribió Andrés Eloy Blanco, haciéndonos imaginar que muchos de nuestros estudiantes «febreristas» rebeldes podrían recitar sus versos: “Esta noche yo no siento/, ni sombra de odio por nadie/ni pena de verme preso/ ni ganas de que me quiten los grillos que me pusieron”; sino que se llevo a dos grandes de las letras, aquellas que se interpretan y cantan para echarle “semilla a la maraca pa´que suene/ chacuchá cuchucuchá cuchá…”, como las que se escriben y describen “un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico”, es decir, lo que fue una gran invención: el “realismo mágico”.
En estos días cabe recordar el episodio de la constituyente de 1947 en el que el error de dicción del Diputado Augusto Malavé Villalba, su vicepresidente, al pronunciar “se va abril la sesión”, llevo a Andrés Eloy al uso de su ingenioso verbo al expresar que “el compañero Malavé se levantó esta mañana contento. ¡Y se sintió poeta! Y se hizo la resolución de comunicárselo a sus compañeros de cámara. Y es así como al comenzar la sesión, les ha dicho “Se va abril”… y viene mayo, con sus lluvias y sus flores…yo le agradezco al compañero el apunte”. Y entonces agitando la campañilla, en ejercicio de la presidencia dijo con gran solemnidad: “-Se va abril”.
Y, por eso parafraseando al gran poeta cumanés deseamos que se vaya abril y venga mayo.
@NegroPalacios