Casi simultaneamente leemos la entrevista que Roberto Giusti le hace a Henrique Capriles. En esa entrevista Capriles dice, entre otras cosas (ver http://www.eluniversal.com/
- Nuestra fuerza ha venido creciendo pero aún no es mayoría
- Todavía no ha madurado la situación para plantarse frente al gobierno
- La protesta pacífica es válida y hace el ruido necesario para que la gente reaccione, pero no es suficiente. Se requiere, también, otro tipo de trabajo
- Soy de quienes piensan que cualquier cosa es mejor que una guerra o un escenario de violencia.
Nota: Es justo decir que esto lo dice Capriles en un contexto más amplio de búsqueda de reunificación de la oposición, pero cada frase es válida por sí misma, como expresión de una postura que consideramos errada.
La posición de Capriles representa lo que Asdrúbal Aguiar llama ayer, en El Universal, la racionalidad práctica, una postura según la cual techo y comida son lo esencial, en contraposición con la racionalidad sustantiva, en base a la cual son fundamentales “la cuestión de los valores éticos de la democracia, de la primacía del Estado de Derecho y del sometimiento del poder a la ley, de la independencia de la Justicia, del respeto y garantía de los derechos humanos, o de las libertades de prensa y manifestación”.
Quienes abogamos por esta segunda postura pensamos que el techo y la comida no son suficientes, si hay que comprarlos al alto precio de entregar valores. Cuando Capriles dice: “cualquier cosa es mejor que una guerra (frase, por cierto, expresada por el presidente José Mujica algunos días atrás, refiriéndose a Venezuela) no parece darse cuenta de lo infortunado de sus palabras. Ya Neville Chamberlain nos mostró, en 1938, que hay entregas que no son aceptables para ganar la paz. Entregar libertades para ganar la paz equivale a quedarse sin libertad y sin paz.