Nada más salir de la cárcel, la carismática Yulia Timoshenko, ex primera ministra ucraniana, regresó al ruedo de la política para presentarse por segunda vez a unas elecciones presidenciales, pero su retorno no ha sido un camino de rosas.
“Yo no quiero cargar con la responsabilidad de liderar de nuevo una revolución. Pero si el país elige a otro presidente, y sólo tengo un contrincante, creo que tendremos que ir a una tercera ola revolucionaria. No veo ninguna oportunidad de ningún cambio. Conozco a toda esa gente”, aseguró durante la campaña electoral.
Timoshenko ha intentado recurrir de nuevo a las arengas que la convirtieron en una heroína nacional durante la Revolución Naranja de 2004, pero las encuestas aseguran que ya no logra cautivar a los ucranianos como antaño.
Diez años de desgaste -enfrentamiento con su antiguo aliado y presidente, Víctor Yúschenko, su destitución como primera ministra, su procesamiento por abuso de poder, su condena a siete años de prisión- no han pasado en vano.
Sin apenas tiempo para descansar, Timoshenko voló el pasado 22 de febrero desde el hospital en el que se encontraba, presa, en la ciudad oriental de Járkov hasta Kiev para dirigirse a los manifestantes congregados en el Maidán (plaza), epicentro de las protestas populares.
Para su sorpresa, no fue recibida como una salvadora, sino como representante de la elite que defraudó las esperanzas de millones de ucranianos hace 10 años y permitió el retorno al poder de Víktor Yanukóvich.
Ucrania ya no es la misma y la revuelta que derrocó a Yanukóvich no fue una fiesta de la libertad como en 2004, sino tres meses de protestas pacíficas que desembocaron en violentos disturbios que dejaron más de cien muertos en las calles de Kiev.
Tras ese choque con la nueva realidad, Timoshenko se tomó varias semanas de respiro para someterse a rehabilitación en Alemania y sopesar si merecía la pena postularse por segunda vez a la Presidencia, tras el fiasco de 2010.
Uno de los líderes de la revolución, el boxeador Vitali Klitschkó, le propuso retirar su candidatura y apoyar al candidato de las fuerzas opositoras cuyos índices de popularidad eran más altos, es decir, al multimillonario Petró Poroshenko.
Pero Timoshenko rechazó la propuesta y prometió una lucha sin cuartel contra Poroshenko, con el que tiene cuentas pendientes desde que un enfrentamiento entre ambos le costara la enemistad de Yúschenko y el cargo en 2005.
Son muchos lo que creen que Timoshenko habría derrotado a Yanukóvich en las presidenciales de 2010 si Yúschenko no hubiera boicoteado la candidatura de su antigua aliada.
Es por esto que ella ha centrado toda su campaña en la lucha contra la corrupción y los oligarcas que han estrangulado la economía ucraniana y condenado a su pueblo a la miseria, en clara referencia a Poroshenko.
Timoshenko ha insistido en que el empresario no está interesado en erradicar el clientelismo y el nepotismo en la Administración pública, la principal lacra ucraniana, según el Fondo Monetario Internacional.
Además de la controvertida amenaza de encabezar otra revolución si pierde el domingo, Timoshenko adoptó desde el principio una postura muy agresiva con la vecina Rusia, tachó al jefe del Kremlin, Vladímir Putin, de “enemigo número uno de Ucrania”, y prometió el retorno de Crimea, anexionada por Moscú.
A diferencia de su principal rival, se ha mostrado muy activa durante la crisis provocada por la sublevación en el este del país, de mayoría rusohablante.
Incluso viajó a Donetsk, epicentro de la insurrección prorrusa, y participó en la mesa redonda de unidad nacional promovida por la OSCE, en la que propuso un referéndum sobre integridad territorial y el ingreso en la OTAN y la Unión Europea para acallar los ánimos de protesta en el este.
No obstante, las encuestas muestran que su apoyo entre los electores no supera en ningún caso el 15 por ciento, mientras Poróshenko podría alzarse con la victoria en la primera vuelta.
A su vez, no parece que Timoshenko cuente tampoco con el respaldo inequívoco de Occidente, que parece preferir como socio a un pragmático empresario capaz de llegar a acuerdos con Rusia que a una política profesional con un pasado turbio. EFE