Es más complicado y profundo que todo esto, argumenta Thomas Piketty, el economista francés cuyo enjundioso libro El capital en el siglo XXI se ha convertido en un sorprendente éxito mundial. Según Piketty, el capital (que él iguala a riqueza y esta, a su vez, a propiedades inmobiliarias, activos financieros, etcétera) suele aumentar a mayor velocidad que el tamaño de la economía. Los ingresos producidos por el capital (los alquileres de las propiedades, o los rendimientos de las inversiones, por ejemplo) se concentran en un grupo más reducido de personas que los ingresos fruto del trabajo, que están dispersos entre toda la población. Por eso, cuando los ingresos del capital aumentan mas rápidamente que los del trabajo, se produce un aumento de la desigualdad, ya que los dueños del capital acumulan una mayor proporción de la renta. Y en vista de que el crecimiento de los ingresos generados por el trabajo depende mucho del crecimiento de la economía como un todo, si esta no crece al menos al mismo ritmo que las ganancias del capital se agudiza la desigualdad económica. Piketty resume esta complicada explicación así: cuando r>g , la desigualdad aumenta; r es la tasa de remuneración del capital y g la tasa de crecimiento de la economía. Según él, a largo plazo la economía crecerá a un promedio de entre el 1% al 1,5%% cada año, y el promedio del retorno al capital aumentará a una tasa de 4% a 5% anual, por lo que la desigualdad está destinada a aumentar. Para evitarlo, Piketty recomienda un impuesto global y progresivo a la riqueza, idea que él mismo reconoce como algo utópica, ya que confrontaría enormes obstáculos políticos y grandes dificultades prácticas.
El análisis y las propuestas de Piketty están siendo ampliamente debatidos y, este debate acaba de amplificarse debido a que elFinancial Times ha cuestionado los datos en que se basa el libro. Pero tal como lo escribí en mi anterior columna, el inusitado interés por las ideas de Piketty se debe en gran medida a que la desigualdad se ha convertido en una gran preocupación en EEUU. Y este país tiene una capacidad única para contagiar sus angustias al resto del mundo. Así, naciones donde la desigualdad ha sido una plaga crónica, sin que eso despertara grandes debates, ahora se han contagiado del fenómeno Piketty, cosa que es una buena noticia. Es importante que en estos países desaparezca la complacencia con las profundas desigualdades que los aquejan. Pero es igualmente importante tener el diagnóstico claro. En Rusia, Nigeria, Brasil o China la desigualdad económica no se debe principalmente a que r>g. Se debe a que hay demasiados ladrones en el Gobierno y el sector privado que pueden robar con gran impunidad. Parafraseando a Piketty, en las sociedades donde c>h la desigualdad seguirá aumentando: c es el número de funcionarios públicos, líderes políticos y empresarios corruptos dispuestos a violar las leyes para enriquecerse y h es el número de funcionarios y políticos honrados. La desigualdad florece en sociedades donde no hay sistemas de incentivos, reglas e instituciones que hacen que la corrupción no dependa solamente de tener gente honesta en el Gobierno, sino que también cuentan con maneras de hacer que el robo del dinero público o la venta de decisiones del Gobierno al mejor postor sean conductas que se detectan y castigan.
Piketty basa su análisis en datos de cerca de 20 países, la mayoría de los cuales tienen elevados ingresos y gozan de los menores niveles de corrupción, de acuerdo con la lista de 177 naciones que recopila Transparencia Internacional. Tristemente la mayoría de la humanidad vive en países donde lo normal es que c>h. Y ahí la falta de honestidad de los gobernantes y sus aliados es una importante fuente de desigualdad económica.
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Publicado originalmente en el diario El País (España)