El resultado de las presidenciales en Colombia demuestra que el país está profundamente dividido y que los matices que parecían hace poco ofrecer un espectro más amplio de posibilidades que el de dos bandos enfrentados eran una ilusión. También, que Santos tiene un serio problema con el electorado y que si gana la segunda vuelta será porque la angustia de paz y el rechazo del antiuribismo a Zuluaga le salvaron el pellejo.
Basta sumar el voto del ganador de la primera vuelta, el uribista Oscar Iván Zuluaga, que superó 29%, y el de la conservadora Marta Lucía Ramírez, que superó el 15%, para darse cuenta de que una mitad del país se ha comprado sin titubeos la idea de que Santos encamina al país hacia una capitulación parcial ante las FARC y pone en riesgo lo avanzado contra los extremismos de izquierda, dentro y fuera de Colombia. Pero también basta sumar los votos de Santos, un 25% y los de la izquierdista Clara López, un 15%, para darse cuenta de que otra mitad se ha unido en una alianza improbable por la negociación con la narcoguerrilla y el temor a la derecha.
Podría creerse que no necesariamente todos los votos de Marta Lucía Ramírez se volcarán con Zuluaga porque la bancada conservadora es santista. Pero la base de esa organización es muy crítica del Presidente y tiene ante la negociación de La Habana la misma posición que el uribismo. Por tanto, aun si pierde Zuluaga, el rechazo a las conversaciones en los términos actuales es de tal magnitud que Santos tendrá una dificultad enorme en pactar nada con el enemigo.
La otra conclusión del resultado -el fracaso de Santos- es significativa. Nada -ni el espectacular anuncio de las FARC en el sentido de que abandonarán el narcotráfico ni las denuncias de espionaje contra la campaña de Zuluaga- ha podido revertir su descenso de las últimas semanas. Muy impactante es su derrota en Bogotá: no sólo lo superó Zuluaga (esto no es una sorpresa) sino la izquierda del Polo Democrático. Ni siquiera la alianza de Santos con el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, símbolo izquierdista, ha podido evitar que la candidata de izquierda lo derrote en la capital.
Impresionante fenómeno el de Uribe. No se daba en la política latinoamericana un efecto “endoso” desde hacía décadas (sin contar el caso venezolano tras la muerte de Chávez). Eso pertenecía al pasado de una América Latina donde los partidos han perdido “maquinaria” y los líderes tradicionales han cedido el paso periódicamente a los “outsiders”. Pero aquí, un hombre sin carisma ni arrastre popular que parecía desahuciado se ha vuelto presidenciable gracias a Uribe, que con ese celo fervoroso que le pone a todo lo que hace inventó al ganador de la primera vuelta. Se trata de un ex ministro con perfil académico y preparación, pero no todavía de un líder político. Es el tipo de “endoso” que uno asocia con Perón (Argentina) o Haya de la Torre (Perú), no con 2014.
Ahora Santos tendrá que recostarse en la izquierda y confiar en gestos de las FARC que refuercen su apuesta por la negociación, pero todo esto validará, a su vez, la acusación uribista de que el Presidente está abriendo las puertas al castrochavismo sin quererlo. Podría tratar de correrse hacia la centro derecha para erosionar a Zuluaga y ganar votos dubitativos, calculando que la izquierda no tiene más remedio que votar por él. Pero nada de esto garantiza una victoria porque el abstencionismo podría crecer y porque la suma de las opciones de centro derecha antisantista está más cerca del 50 por ciento. Si el 8% que apostó por el ex alcalde bogotano, Enrique Peñalosa -segundo gran derrotado-, se divide de forma más o menos proporcional, o incluso dando una pequeña ventaja para Santos, el uribista ganará.
Pase lo que pase, el proceso de La Habana recibe un frenazo y las condiciones de un eventual acuerdo definitivo se endurecen. Tras el avance de la izquierda en Chile y la supervivencia de Maduro en Venezuela, Colombia hace contrapeso desde la centroderecha.