A la ascensión de Hollande al poder, el país galo tenía un débil promedio de trabajo por habitante, ya que su economía padecía de debilidades estructurales. También tenía un déficit presupuestario de 5,2% del producto interno bruto, y su deuda pública rondaba el 85% del PIB, de manera que el endeudamiento se había convertido en una forma de financiación. Su gasto público era el más elevado de Europa: 54,3% del PIB. La contribución de la industria al producto había descendido 1/3, mientras que los costos salariales se habían incrementado 19%. Su atractivo económico para los inversionistas había caído notablemente. Además era el país de la eurozona que más había perdido mercado en la década anterior lo que obviamente afectó sus exportaciones y le hizo perder competitividad. Si bien esta realidad económica era heredada de los gobiernos conservadores precedentes, la verdad es que el modelo económico galo había sufrido pocas alteraciones desde hacía muchas décadas, sin importar la ideología gobernante.
Aunque Hollande debió realizar, desde el principio, una reforma laboral, no quiso afrontar este hecho y eludiendo responsabilidades lo que hizo fue abogar por los eurobonos y por la adopción de políticas menos restrictivas y de aliento al crecimiento, en la zona euro. Por otra parte, incrementó los impuestos, algo que ocasionó una diáspora de ricos franceses que se establecieron en Londres, cerca de kensington, donde han conformado un enclave galo, o como el caso del actor Depardieu, se radicaron en Rusia y le pidieron nacionalidad a Putin. Con el tiempo la crisis se acentuó, no hubo crecimiento económico, aumentó el desempleo, las protestas comenzaron, la popularidad del gobierno cayó en picada, perdieron las elecciones municipales y también las elecciones legislativas europeas; además vieron ascender a la ultra derecha francesa, liderada por Jean Marie Le Pen, al primer lugar de las preferencias electorales de los franceses, lo que coloca al gobierno socialista contra las cuerdas.
El periplo de Hollande, no hace más que evidenciar el dilema de la socialdemocracia, que como en Venezuela, por no perjudicar en el corto plazo a los sectores populares, más débiles, no toma las medidas estructurales profundas, que significan un sacrificio de toda la sociedad, pero que afectan con especial énfasis a los más pobres. Las reformas deben ser explicadas en forma descarnada, el liderazgo político debe asumir con valentía su costo, sabiendo que en el corto plazo hay caída de la popularidad, pero que la confianza se recupera en el mediano y largo plazo. Otra cosa clave, es implantar una serie de medidas efectivas de asistencia a los pobres en forma de transferencias y subsidios directos. No hacer nada, es el costo de perderlo todo. Otros países lo han hecho. La economía social de mercado lo hizo. Hay que socializar al liberalismo. Se puede.