Salimos a enfrentarnos con la selva de concreto atiborrada de carros, llena de gente malhumorada porque si tiene luz no tiene agua, si consigue huevos y le alcanzan los cobres para comprarlos, no tiene aceite ni la harina para las arepas, pero… ¡Tenemos Patria!
En la calle y aceras tenemos que andar pendientes de no caer en los huecos o las alcantarillas sin tapas, cuidando no pisar las basura regada por todos lados y atentos de no ser sorprendidos por los choros que, o te roban o te matan. Los motorizados los hay de todo tipo: unos muy buenos que prestan un servicio de traslado rápido en nuestras ciudades convertidas en grandes estacionamientos sobre todo en horas pico y, otros, que circulan a sus anchas, sin reglas ni límites contribuyendo a la anarquía existente.
Si tienes la fortuna de poseer un carrito…¡mosca! con las camionetas vidrios oscuros y sin placas que andan a millón y se atraviesan en plena vía. No sabemos quienes van en ellas, puede ser cualquier funcionario medio o alto del régimen, un narcotraficante, un miembro de la FARC, un bolichico, cualquier malandro o enchufado pues. Para ellos no hay leyes de tránsito que respetar, se comen flechas, se tragan semáforos, se montan en las aceras y sus espalderos en motos –sin identificación ni placas pero con tremendos hierros que muestran en la cintura sin pudor- te paran en plena autopista o avenida para abrirle paso al desconocido.
El transporte público de autobuses, carros y camionetas se encuentra desvencijado. Se accidenta constantemente creando mayor caos en la ciudad, produciendo trancas fenomenales. Repuestos, tampoco hay…ni hablar de las baterías y los cauchos…esos brillan por su ausencia. Sin embargo, también es verdad que algunos de estos profesionales del volante transgreden las leyes de tránsito atravesándose en las vías e impidiendo el paso de otros vehículos, recogiendo o dejando pasajeros en cualquier lugar, contribuyendo con el desorden descomunal en el que sobrevivimos.
¿Es o no cierto lo que aquí narro? Uno anda todo el tiempo respirando profundo para no alterarse porque puede ser que si reclamamos tanto abuso terminemos en el pavimento abaleados.
Utilizar el Metro es todo un ejercicio de paciencia y tolerancia. Llega retrasado, te empujan para entrar o salir, cada día es más lento y peligroso. Tiene que tomarlo con la menor cantidad de dinero posible porque usted “puede ser la próxima víctima” de los amigos de lo ajeno. El celular tiene que esconderlo dentro de su ropa interior y puede que ni así lo salve. ¡Caos total! Pero todo “chévere” como diría Izarra.
Ya en el trabajo –quienes lo tenemos- un compañero te informa que llegó el papel toilette, la harina o la leche a tal o cual lugar. No importa horario ni faena, sales a buscar el producto antes que se agote y pierdes al menos un par de horas en la cola para pagar. Todo ese viacrucis como si fuera regalado. ¿Será que nos acostumbramos?
Luego el retorno a casa, la misma historia, el mismo calvario y más miedo. Cae la tarde y la penumbra se apodera de las calles, urbanizaciones y barriadas. El alumbrado eléctrico no funciona y apuramos el paso rogando a la Virgen que nos proteja y resguarde a nuestros hijos. Prendemos la televisión ¡C..o Cadenaaaa!
Como decía mi papá “tanto da el agua al cántaro hasta que se revienta”.
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@nituperez