Nadie habla sobre las medidas compensatorias. En tiempos del “paquete” de Pérez todo el mundo lo hacía. Antes, durante y después de su aplicación, fue un tema obligado: de él se ocupaba el gobierno, el partido oficial, AD, y la totalidad de oposición. El debate sobre aquel ajuste introdujo consideraciones muy urgidas alrededor de las acciones que se instrumentarían para atenuar su fuerte impacto social. Más tarde se señaló que las políticas orientadas hacia ese objetivo fueron insuficientes y que, tal hecho, había complicado el borrascoso proceso de reordenamiento de las finanzas públicas. Hasta ahora, ningún golpe de timón ha sido concebible sin que se consideren iniciativas especialmente diseñadas para mitigar la amargura de los recetarios económicos. El programa de Maduro, según vamos viendo, viene siendo la excepción…
Es una ironía que el gobierno revolucionario no contemple un plan de gratificaciones sociales que sirva para darle viabilidad al ajuste que se está anunciando. En casi ocho meses de discusión, muy pocos se han referido al asunto. Además de la “tarjeta de abastecimiento” -enmarañada en el eufemismo y en el olvido-, no ha habido nuevas menciones: ni desde el oficialismo ni desde la oposición se han formulado advertencias en torno a la necesidad de un programa de compensaciones que le alivie al ciudadano los efectos empobrecedores del viraje en ciernes. Es probable que el equipo de Maduro lo esté pasando por alto, creyendo que las viejas misiones seguirán sirviendo de colchón para amortiguar el golpe. Si es así, estaríamos confirmando un hecho tan dramático como las propias circunstancias que están imponiendo el paquete de medidas económicas: los administradores del Estado no tienen idea del caos en que está sumida Venezuela.
Mucho les serviría a las autoridades bolivarianas esforzarse en conocer el país que hoy se levanta tras las murallas del poder. Avanzar en un plan de ajustes asumiendo como ciertas las imágenes de la Venezuela recreada por la propaganda oficial, puede ser un acto suicida… Son demasiadas las evidencias del colapso general que estamos padeciendo. Los problemas económicos son apenas una pieza del enorme conjunto de calamidades que nos afectan. En un país donde nada funciona, donde cualquier diligencia es un parto, donde el Estado nos muestra su incompetencia hasta en lo más elemental y donde el desorden es majestad, no cabrían compensaciones improvisadas ni de poca monta. Es mucho cuanto tendría que hacer el gobierno para retribuir a la gente por el sufrimiento adicional al que será sometida por causa del paquete económico. Pedir “sangre, sudor y lágrimas” sin ofrecer la más mínima indemnización nunca fue más peligroso, porque nunca tuvimos una situación más ruinosa.