Por primera vez en mi vida adulta me enfrento a la evidencia inescapable de que nuestro país se ha ido poco a poco convirtiendo en una nación donde la emigración crece hasta convertirse en una realidad preocupante. No se trata simplemente de que probablemente haya salido más o menos un millón de personas en los últimos quince años, sino el nivel educativo y cultural de este grupo. Dicho de otra manera, la emigración venezolana es cuantiosa, bien formada profesionalmente y con una cultura abierta y universal.
El polo de mayor atracción para los venezolanos que salen a probar fortuna fuera de nuestras fronteras es, sin duda, el sur de la Florida, donde según estimados conservadores habita cerca de un cuarto de millón de compatriotas. Los datos sobre esta población, según un trabajo de ElUniversal de hace un par de años, no pueden ser más reveladores: intervalo de edad mayoritario 17 a 55 años (64,5%); 47,1% tiene licenciatura y posgrados; 91,5% habla inglés y español, y hasta 2010 71,1% tenía algún trabajo. Es decir que gente en la que el país invirtió cantidades muy importantes de esfuerzos y recursos simplemente se va a aportar su esfuerzo productivo en otras latitudes. Por otro lado, los venezolanos no tienen la tendencia a emigrar solos sino que se llevan a sus familias. Esto determina que el desarraigo en los niños y adolescentes está muy extendido. Estos aprenden los valores y la cultura de los lugares donde habitan y Venezuela va cada vez siendo más un recuerdo lejano.
Tengo decenas, quizás ya centenares, de conocidos y familiares que han pasado por el trago amargo de la separación. Las despedidas en los colegios y casas se han ido haciendo más frecuentes y uno termina por preguntarse cuándo se va el siguiente. Yo mismo tengo tiempo oscilando entre Venezuela y los Estados Unidos, aunque probablemente no sea un buen ejemplo de desarraigo porque sigo sintiendo y viviendo lo que ocurre en mi país desde muy cerca. Pero no deja de conmoverme lo que veo a mi alrededor cuando, por ejemplo, mis estudiantes de la UCV me interrogan con mirada expectante y frustrada acerca de las posibilidades de estudiar fuera de Venezuela. ¿Qué nos recomienda profesor, para continuar estudiando en el exterior? Fue probablemente la pregunta que escuché con más frecuencia durante una reciente visita a Caracas, invitado por Asovac.
Leo la socorrida frase del Libertador Simón Bolívar: “Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos” muchas veces invocada por gente que quiere justificar su salida y no encuentro que esa razón les asiste. Es cierto que en Venezuela se ha ido instalando un régimen oligárquico y corrupto pero no es verdad que seamos un pueblo de esclavos, porque nuestra gente y el liderazgo de la alternativa democrática han dado una pelea sostenida contra los intentos de imponer un autoritarismo ramplón y atrasado. Pero aún no siendo esta la razón, es indudable que es necesario entender los motivos de quienes deciden irse buscando mejores oportunidades. Quizás eso baste, entenderlo como una respuesta natural y dolorosa de ruptura y también de expansión. Sobre todo porque la gente que se está yendo será necesaria cuando los tiempos cambien.
En un cierto sentido que avergüenza admitir viniendo de un país tan cargado de posibilidades como Venezuela, mucha gente está saliendo, sobre todo los jóvenes, para formarse en condiciones más protegidas y menos frustrantes. Quizás esto sea mejor que consumir la vida en la crisis de la violencia y la frustración por un futuro negado en que se ha convertido la existencia para estos venezolanos que recién se asoman a la vida.
Imposible responder con objetividad esta pregunta que depende de manera tan íntima de las decisiones y perspectivas de cada individuo.
Pero quienes no tienen ninguna defensa, son quienes por sus acciones, ejemplos y conductas han arruinado las posibilidades de vivir existencias creativas y libres a toda una generación de venezolanos. Cada despedida prematura, cada lágrima vertida a destiempo, cada separación y cada esfuerzo entregado en otras tierras por la imposibilidad de hacerlo en la propia, debería ser una mácula imborrable para nuestros gobernantes. Es sobre ellos que recae la responsabilidad última de hacer de lo que otrora fue la casa de los inmigrantes de todas las naciones del mundo un país del cual huyen propios y extraños. No que les importe en lo más mínimo, sino para saber con claridad donde recaen las responsabilidades.
Los costos de esta emigración masiva son inmensos y debilitan en gran medidad las posibilidades de recuperación de Venezuela. Será algo que entenderemos en su verdadera dimensión solamente cuando esté en el poder un gobierno al que le importe el destino de su pueblo.