Mediante el parricidio, el individuo logra erguirse y posicionarse como un sujeto autónomo dentro de la sociedad, asegurando su plenitud, su devenir, su integridad psíquica y trascendencia.
En un sentido muy amplio, en todo subordinado con una profunda autoestima, surge en algún momento, el anhelo de desplazar a aquellos que ya no considera como autoridades, superiores o referentes morales. Allí, el individuo se sumerge en un conflicto trágico entre la necesidad de su autonomía e independencia, respecto al sometimiento permanente a su familia, organización, grupo político o estamento de poder generacional. Cuando determinados individuos toman la elección de trascender, accionar y construir un destino, es inevitable el conflicto con el padre, con el jefe o superior.
En períodos de alta conflictividad social o profundas crisis político-institucionales, son mayores las probabilidades de ruptura entre los patrones establecidos de carácter gerontocrático y las nuevas y vigorosas fuerzas que tratan de llegar a la luz irrumpiendo desde las profundidades.
La rebeldía que caracteriza a la juventud, responde en este caso a una manera diferente de concebir la existencia: los que detentan el poder, al estar más cerca del final de su vida, pugnan por mantenerse a toda costa en la cúspide, salvaguardando la estabilidad que ellos se generaron. Por otra parte, los jóvenes, al anhelar un mejor futuro, luchan por su legítimo derecho de autodeterminación, tratando de construir una realidad más acorde a sus perspectivas y principios.
Hasta el día de hoy y durante décadas, hemos sido testigos de la perpetuación de oligarquías rancias y nefastas, cuyo único objetivo ha sido siempre mantenerse en el poder a toda costa. Las estructuras partidistas, lejos de ser las organizaciones que aseguran una sana fluidez comunicacional y de participación política, fueron siempre concebidas como instrumentos de vasallaje político, de cuyo padre y señor emanan todas las directrices. Sus altos dirigentes han sido desde siempre expertos en dictar reglas morales que jamás acatan, y en hechizar a los posibles relevos generacionales, castrándolos o corrompiéndolos.
El desafío a la autoridad por parte de las nuevas generaciones, no surge por el simple arribismo que caracteriza a los jóvenes que se conforman con limosnas o cargos burocráticos vacíos de gloria. Para éstos, es natural el sometimiento pasivo ante sus padres a cambio de una empobrecida existencia de infantil esclavitud, que se traduce en un pobre vegetar.
Son sólo algunos los que poseen esa nobleza anímica, típica de la verdadera juventud, los que pueden cuestionar, luchar y lograr vencer a los decaídos miembros de la gerontocracia venezolana. Su ímpetu proviene de una alta carga ética inspirada en principios de honorabilidad y grandeza, además de una elevada conciencia que les guía en su responsabilidad, en querer resolver el problema cultural que agobia y suprime a la nación.
Así como el individuo tiene que cortar sus lazos de dependencia para alcanzar la Libertad y la realización de su ser, toda generación que quiera trascender y que se sienta creadora de un futuro a su medida debe efectuar su parricidio político.