El doctor y déspota José Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Perpetuo del Paraguay, a pesar de su título en Teología y su lectura de los enciclopedistas del siglo de las luces, resolvió que lo mejor para el país que dominaba era que no tuviese contacto con el extranjero y desarrollara una economía autárquica en la que el Estado decidiera absolutamente todo. Todos los poderes estaban subordinados a su autoridad y hasta el Congreso le ofició para evitarle molestias que sólo se reuniría cuando el Supremo (él mismo) así lo decidiera. Huelga decir que no tuvieron que convocarse sesiones ordinarias ni extraordinarias. Era un individuo frugal, austero y no tuvo la ocurrencia de saquear el escaso tesoro nacional del país porque era un tirano honesto, si tal ridiculez cabe en una definición. Solía pasear a diario por las calles de Asunción y las ventanas y puertas debían permanecer cerradas para que nadie lo contemplara. Fue tal su obstinación en el encierro que Aimé Bonpland llegó de visita y enseguida el dictador, que por cierto se hacía llamar así sin escozores conceptuales, lo retuvo durante nueve años. Hasta el Libertador Simón Bolívar le despachó una carta amenazándolo con una invasión para que liberara al científico. A la muerte de Francia en 1840 lo echaron al olvido y nadie por cierto tuvo el dislate de inventarle un padrenuestro.
Las mal llamadas democracias populares del este de Europa entendieron muy pronto que si no cerraban las fronteras se iría hasta el gato. Lo mismo hizo el milagro fidelista convirtiendo a Cuba en un país sin calorías, y sobre todo sin futuro. Del comunismo todos quieren escabullirse. Escasean los casos de quienes escapan de Occidente rumbo a Corea del Norte. Como no se trate de sadomasoquistas o yihadistas, pocos se mudan a La Habana para reclamar su cartilla de racionamiento prebiométrica. Al contrario de lo anterior, la chimbocracia nuestra no ha tenido que recurrir para nuestro encierro a métodos tan infames como clausurar las salidas. Le ha bastado con implantar la peor política económica: hacerse el maula. Como el vivián, va firmando las cuentas sin pagar con un “anótamelo ahí”. El tráfico aéreo es tan precario que se ha vuelto a recurrir a la vieja costumbre de llevar y buscar a familiares al aeropuerto gracias a las delicias de nuestra inflación mugabista que ha encarecido todo, taxis incluidos. Viajar al exterior se ha vuelto una excentricidad. Disfrutemos del corralito turístico.
Restringir las divisas porque ya no es posible generarlas acá con un sector económico destruido, va generando una progresiva y dolorosa involución. Ya ni siquiera estamos, como decía Francis Fukuyama, “atrapados en la historia” sino al margen de la historia. No contamos, no nos miran, ya no nos toman en cuenta. La rocambolesca promesa de que nos convertiríamos en una potencia ha sido la broma más pesada de la República. Vamos camino al pasado arrastrando los recuerdos de un pretérito ahora luminoso en que al menos no se arrinconaba al sector privado. Sólo abrazando el capitalismo y el libre mercado, saldremos de esta reclusión. Sólo desmontando los controles y creando confianza con un estado de derecho creíble, regresaremos al futuro. No digo que llamen al economista Pedro Palma para consultarle: basta con que le pregunten a su aplaudido funcionario, Rafael Ramírez, quien parece ser el único sacudido en esta rochela antimoderna.
@kkrispin