Resulta que en su larga, heterogénea, “vida”, las monedas han sido parte importante de la humanidad; son como una proyección acuñada del hombre. Ahí está aún la esquina de “El cuño”, por ejemplo, como recordación de la labranza en materiales para hacer objetos de intercambio. Las finalidades de las monedas han sido también múltiples: mediecitos de plata iban a las iglesias en los matrimonios y después nadie sabe qué camino tomaban, ¿alguien se acuerda? Los retenía el novio, o la novia, o la suegra, ¿quién sabe ya, después de su uso instantáneo, para la noche de bodas, a dónde iban los mediecitos vitales para la ceremonia? Otra función, más bien la principal, es el trueque: coja esta moneda y me la cambia por una fruta, un caramelo. Porque cada moneda posee su valimiento en todas partes del mundo.
También tienen fines propagandísticos: caras, escudos, señales, insignias, mensajes de toda índole, para aquellos desapercibidos de la realidad que algún día, sentados a la sombra de un mango, leen con detenimiento; más con el fin de matar la abulia inmortal, algunos de los escritos ilegibles que llevan por un ladito las monedas. Esos, a veces minúsculos objetillos redondos, ¿siempre fueron circulares? llegan a costar dinero ellos mismos, acrecientan su valía, a veces por encima del valor de cambio, o, las más de las veces, por debajo. Cuando les dio por hacerlas de cobre y aumentó luego el cobre su valor comercial, las monedas subieron de precio por el material más que por su posibilidad de intercambiarla por la denominación que representaban.
Dígame usted, algunos recordamos las monedas de plata. Representantes de bonanzas idas: los fuertes de plata, los bolívares de plata y los fulanos mediecitos, tan útiles. El fuerte de plata era sólido, hasta en su manera de presentarse, una tronco de moneda, ¿será en imitación de aquello que al finado (muy fina palabra para mentarlo) le dio en su momento por remoquetear al bolívar y fortalecerlo ilusoriamente? En fin, el fuerte era una moneda orgullosa de sí misma, echona. Esas encumbradas monedotas se pavoneaban en llaveros, collares, anillos (palabra medio vulgar), cofres guardadores de las joyas, y así, joyas mismas llegaron a ser luego esas monedas inexistentes hoy en la circulación siquiera imaginaria de nuestra comunidad nacional.
Las monedas expresan como un libro, a su vez, cuán firme o gelatinoso en su economía luce un país, o una sociedad, o una persona. La medición, en este caso, no es económica:”tantas monedillas hacen un bolívar o tal”, no. La medición se hace con facilidad inmediata cuando usted comienza a verlas arrojadas al suelo. Ahí está la economía, en el suelo. Si usted ve innúmeras monedas echadas en el piso como pidiendo clemencia, pisoteadas, maltratadas, humilladas, como estudiante preso, es que no vale nada, o menos que nada, tanto así que al transeúnte le da como un asco infame llevarla encima, tenerla en casa. Se deshacen los monedahabientes de ellas como de un moco insolente, con cuidadito y vergüenza, “sin que nadie me vea”.
Las monedas, a su vez, han tenido y siguen teniendo, un uso esotérico. Las fuentes de los deseos, donde arroja usted una y su ilusión se cumple como regida por Hechizada; las monedas con lentejas, y ambas con sus poderes brujos de multiplicación, las monedas zumbadas a los nacimientos decembrinos, cuyo objeto de petición y resarcimiento sabrá dios en qué consiste. Y así, también hay quien considera pavosa la tenencia de esos adminículos en ninguna zona de su existencia. Mientras abunda quien tiene sus faltriqueras, guarda monedas y le profesa a éstas una querencia hasta maternal o paternal según sea el caso.
No sé porqué pienso que nadie hoy en día se haría un collar de bolívares, por más rodeada de imitación de oro que esta moneda esté; ni un llaverito de a bolívar he visto nunca por ahí recientemente. En algún lugar de mi apartamento tengo un potecito con monedas y las reviso: alguna imita al cobre, escudito tronchado y representaciones vegetales, la de 5 centavos, luego hay una de diez con estrellitas, como las de veinticinco y cincuenta, en la de 12 y medio céntimos vuelve la vegetación, pero el más singular e hipócrita es el bolívar: dice “Bolívar” “Libertador”, con la cara procera y su falsedad monetaria y de valor en sí, de una cosa amarillenta como dorada, como un pegoste dorado que no es oro.
¿Qué se compra con un bolívar? ¿Qué hacer con las monedillas menores en valía, guardarlas para un futuro collar? ¿Zumbarlas en una fuente? He vuelto a pensar en la inutilidad de la nada, elaborando el por qué de éstas monedas. Hay naderías hasta decorativas, es bello algún espacio sin nada. Pero una nada estorbosa, que es sin ser, resulta peor en su engaño que un billete falso. Diría el finado, con la canción: “No soy monedita de oro…”.
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