La destitución de Rodríguez Torres desnuda una severa crisis de gobierno que se produce en el marco de una aguda conflictividad social, causada por la desastrosa gestión económica oficial. Venezuela tiene fuerza para salir de esta crisis y lanzarse, como todo el resto de América Latina, a construir prosperidad y calidad de vida. Pero esa fuerza hay que activarla. Ya.
La mayoría de los titulares de prensa de ayer sábado 25 recogen la destitución del Mayor General Miguel Rodríguez Torres del Ministerio de Relaciones Interiores como una consecuencia directa de su enfrentamiento con los grupos paramilitares y parapoliciales pro-oficialistas mal llamados “colectivos”, que se hizo dramáticamente evidente el pasado martes 7 de octubre, cuando integrantes de esos grupos armados y efectivos del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas sostuvieron un enfrentamiento. Como se sabe, el saldo del mismo fue de 5 víctimas fatales, integrantes de los llamados “colectivos”. Sus compañeros y familiares afirman que fueron ejecutados. El Ministerio Público abrió averiguaciones y como resultado de las mismas varios efectivos del CICPC están detenidos y son investigados. Nadie sin embargo ha ordenado investigación alguna sobre el hecho de que existan grupos irregulares con el poder de fuego suficiente como para sostener un enfrentamiento de nueve horas de duración con la fuerza pública en plena capital de la Republica…
LA CRISIS REAL DETRÁS DE LA ANECDOTA
El conflicto con los mal llamados “colectivos” es la causa aparente, pero no la causa eficiente de la destitución de Rodríguez Torres. Ésta en realidad es consecuencia y expresión de las pugnas entre las diversas facciones de un proyecto político que alguna vez pretendió ser hegemónico y que ahora, ante la evidente pérdida de popularidad y patética falta de liderazgo, se esfuerza para mantener el control de las instituciones a pesar de estar perdiendo aceleradamente el favor popular. Esta crisis de gobierno ocurre en el contexto de una aguda conflictividad social (tan aguda que es protagonizada en buena parte por sectores de la antigua base social oficialista), que a su vez es consecuencia del caos económico generado por la desastrosa gestión de un gobierno que desaprovechó la bonanza petrolera más alta y más larga que haya tenido jamás nuestro país, al final de la cual lo que nos encontramos no es a Venezuela convertida en la Dubai caribeña o en la Noruega latinoamericana, sino en un país sin medicinas en las farmacias ni alimentos en los abastos. Y, para colmo, con el precio internacional del petróleo (que hace pocas semanas bordeaba los 100 dólares el barril) cayendo ahora tan aceleradamente como la credibilidad del gobierno. Cuando escribimos esta nota, la canasta de los crudos venezolanos tiene un precio promedio de 75 dólares, con tendencia a seguir bajando. Ese es el tamaño real de la crisis.
EL PELIGRO FASCISTA
Ante una crisis tan grave como ésta es inevitable recordar lo que ha ocurrido en otros países que se han encontrado en dramas similares. En la Italia en que surgió Mussolini y en la Alemania en que emergió Hitler es posible advertir los mismos ingredientes de la receta del desastre: Caos económico, conflictividad social y colapso político. En tales circunstancias surgieron en esos países liderazgos populistas-militaristas que, con el pretexto de “salvar la nación”, implantaron regímenes que fueron mucho más allá de simples “dictaduras”. En efecto, los regímenes implantados por Mussolini y Hitler, así como el de Stalin en Rusia, no se contentaron con controlar política y economía: Procuraron además colonizar los corazones y las mentes de adultos y niños, para asegurar así su continuidad. Así fue como nació el TOTALITARISMO: En medio del caos económico, la conflictividad social y el colapso político, siempre con el uso de la violencia ilegal para desmovilizar al pueblo (los “fasci di combatimento” en Italia, los “camisas pardas” en Alemania, tan lamentablemente similares en su accionar a los grupos paramilitares y parapoliciales mal llamados “colectivos” en nuestro país…). Hablar de “peligro fascista” en Venezuela no es, pues, retórica. Es una realidad que está ahí, en nuestra lamentable tradición histórica caudillista.
LA AMENAZA MAOÍSTA
Pero no es esa la única sombra que la declinante hegemonía del populismo militarista proyecta sobre la convivencia en Venezuela. También tenemos lo que podríamos llamar “la amenaza maoísta”, el empeño de sustituir lo que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela define como nuestro “Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia” por un “Estado Comunal” en que la vida económica y social estaría determinada desde la cúspide de un poder vertical y la democracia política moriría para ser sustituida por amaestradas elecciones de segundo grado, hechas a mano alzada en “asambleas” controladas económica y policialmente por el poder. El Estado Comunal no es una “etiqueta” para amenazar al pueblo opositor, ni una consigna para halagar a los radicales del oficialismo: Es lamentablemente una realidad en progreso, que cuenta con recursos aprobados, instancias funcionando y un entramado legal tan inconstitucional como ya vigente. Es la otra carta a ser jugada por la Nomenklatura para mantenerse en el poder aun a pesar de haber perdido ya el apoyo popular.
SI ES POSIBLE SALVAR A VENEZUELA AL FILO DE LA CRISIS
Entre los émulos de Hitler y Mussolini, por un lado, y los de Mao y Pol Pot, por el otro, la sociedad venezolana tiene recursos y capacidades para salir con bien de esta situación. Pero la activación de esos recursos y capacidades pasa porque la sociedad democrática venezolana (es decir, el país que siempre se enfrentó al proyecto autoritario y los sectores que ahora están descubriendo que ese proyecto degeneró en estafa) asuma con sentido de urgencia la necesidad de construir la solución política, constitucional, pacífica y democrática a esto que no es una “situación” sino una crisis, la más profunda y grave que nuestro país haya enfrentado desde la batalla de Ciudad Bolívar en 1902.
Para ello es necesario que los partidos de la Alternativa Democrática se doten de un objetivo y una estrategia común, y remen juntos en una misma dirección. En eso ya se está avanzando. Pero también es imprescindible y urgente la activación del pueblo, de toda la sociedad civil, a través de la definición de una agenda común de lucha para las redes de luchadores sociales (comunitarios, sindicales, gremiales, estudiantiles, ambientalistas, etc.), una agenda que vaya más allá de la polarización y que sea capaz de vencer la pasividad y superar la violencia. Una agenda autónoma, que permita a los ciudadanos ser algo más que espectadores y víctimas del deterioro. Una agenda que no sea “anti-política” pero que si sea transpartidista, es decir, que no pretenda que los ciudadanos ignoren a los partidos en su papel de actores del proceso político, pero que no permita que los partidos sustituyan a los ciudadanos en su central condición de depositarios de la soberanía. Una agenda que construya organización popular en la base de la pirámide. Una agenda que, en esta hora de crisis, promueva el encuentro del liderazgo social y comunitario con el liderazgo político partidista. Porque, como dice nuestro Himno Nacional, “¡LA FUERZA ES LA UNIÓN!”