Aun cuando en Venezuela le damos extremada importancia al petróleo y además lo consideramos como la palanca de desarrollo más expedita de que disponemos, no es menos cierto que la tecnología ofrece una muy variada gama de posibilidades de crecimiento y progreso, razón por lo cual los hidrocarburos no deben impedirnos ver todo el abanico de posibilidades que se abriría al país con esta nueva visión; por eso es necesario que se instale un cambio de paradigma en la mente de los líderes del país, que nos gobernarán en un futuro más cercano de lo que muchos piensan. La mentalidad de pioneros, o sea, la actitud de aquellos que abren nuevos caminos y que emprenden nuevas cosas, es fundamental que la asuma la mayoría de los venezolanos. La creencia en sus propias capacidades, inventiva y adaptación, así como una determinada propensión al riesgo, deben ser características que nos distingan; en ello, por supuesto, el liderazgo juega un rol fundamental, por lo que debe ser el estamento político, pero también el económico y el social, quienes asuman en forma vanguardista estos valores.
La unión de las costas este y oeste de los EEUU, a través de líneas ferroviarias en la segunda mitad de siglo XIX, expresaba una visión integral de país que tuvo el liderazgo de esa nación, pero también respondía a un sueño de grandeza y de desarrollo, cuyo instrumento fue el uso intensivo de tecnología de punta, para el momento representada por el transporte masivo, por vía férrea, de personas y bienes. Esto fue posible por el avance previo de la gran industria pesada del acero; pero, ambos emprendimientos se pudieron materializar gracias a las ingentes sumas de dinero que se pusieron a la disposición de estos capitanes de empresa en el mercado de capitales norteamericano, al que concurrían multitud de ciudadanos que, basados en la confianza y motivados por ese espíritu de emprendimiento, les permitía asumir riesgos en la bolsa (ya lo habían hecho en la primera mitad del siglo XIX con la financiación de los canales de navegación), sin que desde entonces las diversas crisis de Wall Street hayan hecho mella en ese espíritu inversor por la novedad tecnológica que caracteriza a los estadounidenses.
Para finales de los años 90 del siglo pasado, la potencia transformadora de Apple, Microsoft y América On Line (AOL), presagiaba el advenimiento de nuevos tiempos de una manera acelerada. Por ello se llegó a hablar de la “nueva economía” y los valores bursátiles de las empresas “punto com” (compañías de internet) se fueron al cielo. Algo contra lo que recurrentemente advertía el prestigioso consultor financiero Jorge Vélez Suárez, quién remachaba que los activos de Caterpillar, tangibles y con una utilidad práctica, no podían estar representados por acciones que costaran muchísimo menos que las de AOL, por ejemplo. La crisis de principios de los 2000 llevó al índice Nasdaq, representativo de las empresas tecnológicas de 5.000 puntos a 1.300. Sin embargo, como vimos, el desarrollo tecnológico se ralentizó, pero no se detuvo, e incluso durante la gran crisis financiera que arrancó con el reventón de la burbuja inmobiliaria en 2008, no impidió en el tiempo que Google, Facebook, Twitter, You Tube, Whats App, Amazon y más recientemente Alí Baba, fueran las acciones reinas en el parqué de Nueva York.
La gran ola actual de empresas dedicadas a la tecnología, sea en el campo de los video juegos, películas con efectos especiales, GPS, aplicaciones para teléfonos inteligentes, robótica, biotecnología, nanotecnología, energía, ambiente, etc., es tan abismal que perdernos ese carro (o mejor dicho esa nave) de la historia, sería un error garrafal que condenaría a Venezuela a permanecer más tiempo en la hondura del atraso en que este régimen nefasto ha sumido al país. Pero sería más imperdonable si nos ocurriera a nosotros, porque estos son unos fariseos, mientras que nuestros líderes son hombres ilustrados.