Gustavo Tovar Arroyo: Jaua, la mascota del madurismo

Gustavo Tovar Arroyo: Jaua, la mascota del madurismo

“Gustavito, yo no te odio, eres mi pillito”

Diosdado Cabello

 

Un desestabilizador compulsivo

Espero que la sociedad protectora de animales no ejerza sobre mí ninguna acción disciplinaria por este suelto. He leído bien sus estatutos y no encontré ninguna mención que incrimine a personas que desairen a las mascotas de otros.

Juro que a las mías las cuido con fraternidad; son parte integral de la familia. Pueden enviar a un fiscal protector de mascotas (Luisa Ortega Díaz o a cualquier otra) y lo corroborarán.

No creo que sea necesario sumarle otro delito a mi “orden de captura”: ¿prófugo por mortificar mascotas? No sé, todo es posible en la injusticia madurista, pero me parece algo exagerado.

Pese a que me reconozco a mí mismo como un desestabilizador compulsivo, soy un ciudadano responsable (sólo golpeo suave), no me gusta infringir la ley y juro que si fuese ilegal ridiculizar a mascotas ajenas no lo haría.

Lo mío es una simple alegoría, ¿no se supone que los recursos literarios son para usarlos?

Yo los uso, no puedo evitarlo, siempre flaqueo. No sólo es de humanos errar, también los conspiradores lo hacemos.

Me disculpo, no es mi intención ofender a sus dueños.

 

Jaua, la mascota del madurismo

Elías Jaua pareciese que pudiera hablar, pero se le dificulta, balbucea, ladra, respinga, aúlla, pero no habla: gruñe. Eso sí sus gruñidos son tiernísimos. Su estirpe, algo patética, es la del chaparro sabueso Basset. Es igualito, ¿no les parece?, no hay manera que nadie se atemorice ante él, provoca compasión por alelado y soso, lo incita a uno a sobarle la cabeza para que se regocije y calme, para que jadee sacando la lengüita.

Lo conocí, a Jaua, en curiosas circunstancias hace algunos años mientras se paseaba por el lujoso jardín de la residencia donde vive -o vivía- en Sebucán y del que es propietario del más caro penthouse de la zona. Créanlo o no, es -o era- mi vecino cuando yo vivía en el santuario de la libertad: la mítica y rebelde quinta Michoacán.

Me le acerqué e intentó escabullirse del pánico -era obvio, me temía, probablemente porque Diosdi Cabello me ha dado una fama que no merezco-, recuerdo que trató de ladrar pero, ya sabemos, mascota que ladra no muerde, terminó arrinconadito, mirándome con sus ojitos llorones y suplicantes para que no le diera un lepe. Claro que no se lo di -no soy capaz de aporrear a una mascota ajena- aunque se lo merecía.

Fue ahí cuando descubrí que no sabía hablar. Del pavor, entre balbuceos, quejidos y sollozos, me rogó que no le dijera a nadie que vivía ahí. Promesa que cumplí hasta hoy.

¿Ven? Soy hombre de palabra, no soy tan cruel con las mascotas de mis vecinos como parece, no las maltrato.

 

Con la cola entre las piernas

Les revelo que me impresionó más su rostro de sabueso regañado (insisto, de la tierna raza de los Basset) que el hecho de que viviera en el penthouse más ostentoso y caro de la zona.

Ya a nadie sorprende el descaro corrupto y nuevo rico de los chavistas quienes pavonean, como la hiena Jorge Rodríguez, sus relojes de oro, sus aviones, sus yates, sus elegantes carros (Audi, BMW, Ferrari, etc.), sus viajes, sus joyas cursis o sus multimillonarias viviendas.

Esa es la cotidianidad entre ellos: son mafiosos del lujo.

Aclaro que no tengo ningún problema con la prosperidad ni con la comodidad que ésta produce, considero que es una genuina aspiración humana vivir en bienestar mientras sea el producto de la creatividad, el buen desempeño comercial o empresarial o del trabajo honesto de las personas. Son merecidos.

Con lo que sí tengo problema -y mucho- es con el dinero mal habido, adquirido por corrupción y malversación de fondos públicos, con la rapacidad y el hambre económicos, en los que el madurismo es un incontestable campeón mundial por su descaro y perfidia.

¿Revolucionarios? Sí, pero del raterismo y de la malversación sin límite. Han robado como nadie en la historia de Venezuela jamás lo hizo, ni los españoles.

Su hipocresía, su cinismo dizque socialista, siempre desabotonados por su regordete nuevo riquismo y por su flacidez lujosa y cursi, que los lleva al descaro de tener niñeras esclavizadas que viajan con ellos sólo para saciar su ego explotador y consumista, gastando cientos de miles de dólares del erario público (además de un pueblo desabastecido y enfermo), cometiendo el delito de peculado de uso sin ningún estupor, peor aún: confesándolo, es lo que me obliga como venezolano indignado a ridiculizar, mortificar, patear a Jaua, la mascota humana del madurismo, por ladrón y muerto de hambre confeso.

Y claro, después de escrito el párrafo anterior, me alboroza imaginarlo como se merece: con el rabo entre las piernas.

Al menos algo de justicia le estampo en el hocico.

 

El lepe justificado

Este lepe verbal a la mascota del madurismo está más que justificado por la insolente malversación y peculados cometidos en el incidente brasileño. Espero que las sociedades protectoras de animales entiendan que una nación indignada me lo exigía, y yo soy muy obediente de las exigencias nacionales.

De hecho, no sólo la nación venezolana -lo que queda de ella- lo exigía, también y de manera manifiesta el gobierno hermano de Brasil, indignadísimo con la mascota del madurismo, le ha mandado su bofetón. Me comentan que hasta Marco Aurelio García, ese inefable personaje de la política brasileña, está que le cae a patadas al sabueso impresentable.

Hasta en la mejores familias se encuentra una mascota impertinente, mal educada e invasiva que se monta sobre uno, muerde nuestros zapatos o nos arrebata la comida de la mesa. Qué podríamos decir de las peores familias, como la madurista.

Los venezolanos lo sabemos desde hace rato; los brasileños ya lo descubrieron. Sólo resta meter a la mascota en su jaula.

¿O es que en Latinoamérica no hay una sociedad protectora de seres humanos ante los rapaces?

Veremos…

 

(Postdata retadora: Diosdi, estoy convencido de que no me odias, lo sé, no me lo repitas tanto, sé exactamente qué tipo de emoción te produzco, sin embargo, te confieso que en algo acaso sí tengas razón: soy un poeta “pillito” que le gusta hurtar hermosuras. A tu comandante infinito, como sabes, le hurté una…, y de la arrechera quedó embalsamado. Quizá mi peor delito contra el madurismo es que tengo buen gusto, me embriagaría una belleza que canta. Ordena mi captura, mi irreverente sueño de libertad anda, como cupido, sublimado.)

 

@tovarr

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