“En Venezuela perdió el sentido de mérito; de respeto, mística y gratitud. ¿Pero acaso alguna vez lo hemos tenido?”
Me llamó la atención un programa de TV de raíz anglo llamado “Undercover Boss” o Jefe encubierto. Es un reality show que coloca a un dueño de empresa en la misma posición de su personal, disfrazándole de un trabajador que ha sido reclutado por la compañía. Así de manera encubierta “el contratado” comienza interactuar con sus empleados, conociendo de las deficiencias y dramas personales. Al final el encubierto despierta a otras realidades; rectifica, acomoda, corrige y premia el mérito de su gente. De pronto me dije: ¿Cómo sería una versión venezolana de “Undercover Boss”? ¿Con qué se encontraría el dueño venezolano? ¿Cuáles serían las reacciones o comentarios de sus empleados?
La serie in comento es un reality norteamericano que tiene sus versiones en Austria, Australia, Canadá, Italia, Noruega, Alemania, Israel y España (primer mundo). El común denominador (España incluida), es la sana disposición del empleador de conocer a fondo el clima laboral de su empresa, sentándose a comer con sus empleados como uno más. Amén de un guión cursilón de edición romanticona, en términos de cultura grupal, la dinámica es elocuente. Durante cada episodio se respira un ambiente confraterno, educado, urbano, afable. Los empleados enseñan a su patrono (sin saber que lo es) a limpiar pisos, empaquetar, lavar baños, mezclar concentrados; conducir camiones; cargar bultos, tratar clientes, ordenar mostradores, hacer inventarios, lidiar con supervisores; rendir cuentas, pasar informes, tolerar reproches y, en fin, sudar la gota gorda -como ellos- en medio de condiciones que el empleador se sorprende conocer. Poco a poco el flamante CEO de empresas de altísimo nivel (Starbucks, Second Cup, Tim Horton’s, Canadian Tires) u otras de menor rango (estaciones de servicio, retails, pequeñas fabricas o granjas) vive en carne propia los sacrificios que hacen sus “camaradas de oficio” para cumplir sus jornales. Cómo rendir un detergente en una limpieza industrial. Cómo llegar temprano al trabajo teniendo que dejar hijos en guarderías, preparar comida la noche anterior o bregando con la temperatura o el servicio público. Cómo es descontado el día o llamada la atención, amén de cualquier calamidad. A pesar de las injusticias el jefe con peluquín, barba y/o gafas de apariencia, nota la lealtad y tesón de sus empleados. Cómo resuelven positivamente. Cómo conducen un camión-rompe columnas, para completar la ruta. Cómo sin implementos adecuados, se las arreglan para restregar y desinfectar pisos y paredes. Cómo evitan desechos innecesarios y optimizan la producción. Y cómo el salario no sube mientras prevalece la queja inclemente del empleador. En cada edición los sentimientos del trabajador quedan al descubierto. El ataviado jefe comparte los sueños de sus empleados. Sus deseos de viajar, de educarse más o ser parte de una banda de música. Y también sus frustraciones por no poder ayudar con una prótesis a su madre, dar un juguete a sus hijos, una operación a su padre o pasar más tiempo en familia. Al final los empleados son citados al despacho del jefe encubierto y son sorprendidos que su compañero de faena, era el dueño. EL jefe comienza a hacerles concesiones, conmovido por sus revelaciones. Acuerda becas, viajes, ayuda médica. Moderniza equipos, unidades de transporte. Mejora procesos y, en fin, se hace empático y más humano en medio de las tremendas emociones compartidas. Es la otredad en pleno desarrollo.
¿Cuál sería el resultado de un encuentro encubierto entre un empresario venezolano y sus empleados? Aquí es donde opera la “cultura comparada”. De entrada: el locus de control externo. Nada de lo que mal-ocurra en la empresa, será culpa del trabajador. Pero tampoco nada de lo que omita el patrono, será su responsabilidad. “Yo no fui. Yo no pude. Se me hizo tarde, se me perdió la cartera, se me dañó el reloj, se me cayó el café, se volteo un camión en la carretera… “Muchos dirán de la codicia del jefe (quien es más un enemigo que un aliado). “Cómo viaja, viste y come bien ese señor, mientras somos explotados miserablemente”. Y si el patrono decide dar regalías (becas, vacaciones o insumos), la respuesta más común será, “déme más o déme la plata”. El jefe criollo (con aires de mantuano), replicará: “Son unos ignorantes. No merecen, ni valoran nada”. En Venezuela perdió el sentido de mérito; de respeto, mística y gratitud. ¿Pero acaso lo hemos tenido? ¿El desprecio mutuo es de ahora o es de siempre? ¿Cuántas empresas podemos contar donde sus empleados quieran y valoren a sus patronos y viceversa? Y os digo que en las que ello ocurre, su eficiencia y rendimiento, es brutal.
Venezuela es como una empresa. Quienes están en el poder (o lo apetecen) conforman el patronato político y sus ciudadanos, son sus operarios. Pero nadie confía en nadie. Un “patronazgo” llamado chavismo acabó con una empresa llamada Venezuela. Y no hay “jefe” que hoy ni mañana, pueda encubrirse sin ser reconocido. Tanta destrucción jamás será olvidada. Sin embargo: usted y yo, amigo lector: ¿De algo somos responsables?
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