A mi país, Venezuela, la conozco palmo a palmo. De punta a punta. He recorrido sus carreteras disfrutando de sus paisajes, oliendo la tierra del llano y disfrutando la inmensidad de su verdor, sintiendo la brisa del mar y el calor de la arena bajo mis pies, durmiendo en una hamaca en Kanavayen para recibir el año nuevo con los pemones, o sacudiendo la arena de mis pies al caminar por el maravilloso Istmo de Paraguaná. Muchas veces estuve en la cima del cielo, en mis queridos parajes andinos, donde tengo raíces, donde el olor a papelón quemado se me ha incrustado en la mente de tal forma que ahora cuando en países lejanos hay un olor parecido, mi pensamiento viaja a La Grita, al Páramo de la Culata o al Páramo del Zumbador, o a la bella cabaña de mi amiga, frente a los picos nevados, donde Mérida se convierte en aquellos mundos de Dios que tanto nombraba mi Nono. Puedo decir que conozco a mi país palmo a palmo, y se cuanto vale su gente, mi gente.
Durante la última década, éste recorrido lo hice con la cruz de los presos y perseguidos políticos a cuesta. Con gente muy valiosa fundé tres organizaciones que me han dado mucha satisfacción. Y a través de ellas conocí a venezolanos solidarios y valientes. Junto a mis Damas de Blanco recorrimos las calles de cuanta ciudad tenia encerrado en sus calabozos a venezolanos dignos, y nunca nos cansamos de barrerles las aceras y echarle agua y jabón a las paredes de fiscalias y defensorias, como símbolo de la limpieza que esos organismos necesitan para tener en su estructura a personas probas y apegadas a la Ley. No puedo dejar de mencionar la gran satisfacción que me ha dado haber trabajado con tantos jóvenes inteligentes y valientes, la esperanza de este país, muchachos a los que le ha tocado un rol duro en defensa de la democracia y que tendrán el cuero curtió y la sabiduría suficiente para enfrentar en su futuro a cualquier régimen, institución o persona que pretenda socavar sus derechos y libertades.
A ustedes mis queridos lectores, les debo una explicación: Me fui. Por ahora. Me fui porque el país que tanto quiero se ha ocultado y no reconozco al que aflora ni a la gente que lo dirige. No reconozco tanto odio y tanto rencor metido en el corazón de quienes nacieron en la Venezuela de las oportunidades y al que han destruido y arruinado sin vergüenza alguna. Un proyecto de poder los llevó al gobierno con una gran ansia de venganza de no sabemos qué, pero que alcanzó el corazón de los más desposeídos que esperanzados le dieron su voto y de quienes se han burlado descaradamente, porque ahora están en peor situación y si las cosas no cambian, la esperanza de un mejor futuro se aleja y seguirán sin calidad de vida, sin buena educación, sin seguridad, sin políticas públicas de la buena gobernanza y sin servicios públicos óptimos, que es lo mínimo que debería ofrecernos una nación petrolera.
Me fui porque quienes nos gobiernan no sienten respeto por el pueblo venezolano. Ellos han azuzado la maldad de aquellos que han sido capaces de torturar y maltratar a nuestros jóvenes, sin distinción de sexo ni edad, porque se saben impunes por su poder. Maldad a la que le han agregado saña y goce, motivos que nunca pensé que un venezolano pudiera sentir, y me dio asco.
Los dos últimos años hemos conocido al “hombre nuevo” que tanto nos anunciaron. Los vi en los Guardias Nacionales que fueron capaces de torturar a mujeres indefensas en Barquisimeto, o en los funcionarios del Sebin que le dieron descargas eléctricas a jóvenes que pudieron ser mis hijos o los de usted, hasta dejarlos sin sentido. También en los funcionarios del CICPC que arrodillaron por horas a muchachos el 12 de febrero, golpeándolos, pateándolos, roseándolos con gasolina, o en aquellos dantescos funcionarios del Sebin que ese mismo día fueron capaces de dispararle a jóvenes en el centro de Caracas y matar a dos, con disparos en la cabeza. Lo vi en aquel Guardia que fue capaz de dispararle a Geraldine Moreno en la cara dos veces, desfigurarla y provocando su muerte y así podría enumerar decenas de acciones de los “hombres nuevos” que ahora deambulan por las calles, unos vestidos de uniforme y otros de civil.
Los defensores de derechos humanos hemos sido acosados, perseguidos y amenazados durante estos 15 años sin cesar. Como no defendemos colores sino personas, pocos son los que reconocen nuestro arduo trabajo y se han acercado a darnos ánimo y apoyo en los momentos que hemos sido atacados y a ellos mi agradecimiento eterno. Ser perseguida por años, por un gobierno violador de Derechos Humanos que además es defensor silente de quienes los violan, y seguir trabajando con la espada de Damocles encima no es fácil, y es aún más difícil cuando el que te persigue últimamente y te expone al escarnio público y acosa, es quien llevó las riendas del que se supone debería ser el imparcial Ministerio de Interior, Justicia y Paz y quien fue durante los últimos años jefe de la policía política a la que ahora llaman SEBIN, en la cual habitan algunos de esos “hombres nuevos” a los que aborrezco y a los que hay que temer.
Cuando muestran tu rostro e instigan al odio contra tu persona constantemente, cuando inventan falsas acusaciones sin pruebas y no tienes donde acudir porque las Instituciones que se suponen deberían resguardar tu integridad, tu seguridad, tus derechos, están secuestradas por el poder y utilizan fiscales y jueces para perseguirte, puedes seguir o no seguir. Durante diez años elegí seguir en el terreno, ahora elijo resguardar mi vida, mi integridad física y mi libertad, porque el gobierno venezolano no garantiza la vida de nadie, y las Instituciones que deberían garantizar los Derechos Humanos de todos, funcionan como el brazo ejecutor de la persecución que mantiene el ejecutivo contra la disidencia.
Elegí al país de Vaclav Havel, demócrata que encabezó la Revolución de Terciopelo, movimiento que liberó a los checos hace 25 años del comunismo. Desde aquí, seguiré luchando por los DDHH, por la democracia, pero sobre todo, por las víctimas del régimen. Ustedes no me han perdido, al contrario, ahora más que nunca estoy con los venezolanos.