Esta impactante crónica publicada en el portal 24 Horas relata las vivencias en un manicómio de Guatemala reconocido como el peor Hospital Psiquiatrico de América, la historia, es brutalmente aterradora.
Un hospital en Guatemala ha sido denominado por activistas de la salud como uno de los más brutales y peligrosos centros de salud mental en el mundo.
Algunos expacientes dicen que en este lugar los violaban después de sedarlos.
De hecho, el mismo director admitió –mientras era grabado por una cámara oculta de la BBC- que los pacientes continúan siendo abusados sexualmente.
Lo cierto es que donde quiera que miro veo cuerpos estáticos acostados sobre el suelo de concreto del patio.
Los pacientes tienen la apariencia de haber sido fuertemente sedados. Están totalmente rapados, vestidos con túnicas y descalzos.
Otros van desnudos, exponiendo su piel sucia con su propia orina y excremento. Ellos parecen más prisioneros de un campo de concentración que pacientes.
El hospital Federico Mora es la casa de 340 pacientes, incluyendo 50 criminales violentos con problemas mentales.
Pero de acuerdo con el director del hospital, Romeo Minera, solo una pequeña minoría tiene un problema mental serio: un impactante 74% de las personas ha llegado a este lugar para recibir un poco de atención y cuidado, y deberían haberse quedado en la comunidad.
Encubierto
Minera cree que mi equipo y yo somos trabajadores de caridad que estamos aquí para ayudar a su fallida institución.
Los periodistas no son bienvenidos aquí. Hacer una historia de encubierto fue la única manera de acceder a las instalaciones del hospital que ha sido denunciado por diversos grupos defensores de los derechos humanos.
Algunos pacientes duermen en camas que están cubiertas de orina y excrementos.
Adentrarse hacia una de las salas es como entrar en un infierno en la Tierra. Allí se ven más pacientes vestidos con harapos sentados en el suelo o en sillas de plástico, meciéndose ellos mismos para reconfortarse un poco.
En este espacio oscuro y reducido, no parece existir otra forma de estímulo.
Apenas nos ven, los pacientes intentan alcanzarnos, desesperados por contacto humano. Un hombre me abraza y me ruega que lo saque de allí.
Un enfermero me dice que tres miembros del personal tienen que estar pendientes de entre 60 y 70 pacientes, otros explican que la única manera que tienen para controlarlos es sedarlos.
Mientras mi traductor distrae al director, yo logro escabullirme hacia los dormitorios por un largo y oscuro pasillo.
Allí me encuentro con más pacientes, que yacen sobre unas camas de metal oxidadas y rotas.
Los enfermos parecen estar muy sedados para ir al baño por sus propios medios.
Se pueden apreciar manchas de orina en los colchones y la ropa de algunos pacientes está cubierta con sus propias heces.
El hedor de la suciedad humana me sobrecoge y trato desesperadamente de no vomitar.
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