Tienden a atribuirle -pendejamente- a la telenovela “Por estas calles” de Ibsen Martínez y a RCTV el sentimiento de rechazo a la política que predominó en Venezuela a principios de la década de los noventa del siglo pasado.
Como si el descontento social, las prácticas cogolléricas -conocidas hoy popularmente como “enchufadas”- de la cuarta república, la corrupción, la insensibilidad y el desprecio por lo humano, por lo demasiado humano, hubiesen sido producto de un siniestro laboratorio creativo o de la mente crítica de un dramaturgo.
A nadie se le ha ocurrido -digo yo, pensando pendejadas- que quizá ese sentimiento de antipolítica fue causado por una irritación genuina, por el agobio ante las reiteradas crisis sociales y económicas, o por la desprecio, el cinismo y la manifiesta corrupción que acompañó el quehacer político de la época.
No creo que la antipolítica en Venezuela, ni en ninguna parte, surja como resultado de un ejercicio de laboratorio de nadie. La antipolítica surge por las infames y enchufadas prácticas de algunos de sus políticos. Pongo un ejemplo.
Henry Ramos Allup
Haré un colosal esfuerzo por suavizar mi tono y no herir las cada día más delicadas susceptibilidades de las mulas cansadas de la Mesa de la Unidad (MUD), mucho menos de su barra brava de histéricas doñas académicas quienes desde las tribunas, como escuderos -¿cancerberos?-, la aúpan con fanatismo y fervor.
Seré cuidadoso, dulce como la miel, deseo contribuir con el espíritu de una unidad basada en principios no en basada en la posibilidad de ocupar puestos. Ojalá lo logre.
Nadie niega que Henry Ramos Allup es uno de los más conspicuos tribunos en el país. Su lucidez, sus ocurrencias y -¿por qué no?- su coherencia discursiva tienden a ser empalagosas y emocionantes, lapidarias en algunos casos.
Muchos de los mejores lepes verbales que la oposición le ha propinado al régimen son de su folclórica autoría. Es proverbial su colorida y muy acertada manera de caracterizar a la dictadura.
No soy de los que piensa la pendejada de que Ramos Allup está cuadrado con el régimen, ni siquiera creo que sea un “colaboracionista”. De lo que sí estoy convencido es que no tiene ni remota idea de qué hacer ni de cómo enfrentar esta catástrofe.
Como político está agobiado, reventado, cansado y hasta perdido, carente de iniciativa o capacidad organizativa, la prueba de su desvanecido liderazgo es la debacle de su partido Acción Democrática (AD), otrora, el partido estandarte de la democracia y la libertad de América Latina.
Él -Ramos Allup- a su modo, ha convertido a AD en Pompeya, en una calcinación humana, en un vestigio, en una reliquia. Desde que dirige a AD ha sido su Vesubio.
Cómo lo logró no lo sabemos, lo cierto es que lo hizo.
En términos de record político se puede señalar que el único que ha sido capaz de superar una proeza semejante es el indoblegable bobalicón de Nicolás Maduro que en tan sólo un año logró evaporar al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Imagínense, sólo él, Nicolás, el dictador bufo que dialoga con pajaritos.
El laboratorio y otras pendejadas
Uno no se explica cómo el mismo hombre que es capaz de amonestar con tanta lucidez al gordito gafo de Diosdi Cabello (¡esa ladilla!) hasta arrinconarlo y reducirlo a su patética y regordeta pequeñez, sea capaz un segundo más tarde de mandarse la cinematográfica pendejada del laboratorio contra la oposición.
Y todo a partir de un difamatorio informe de mierda -sí, de mierda-, repleto de disparates, acusaciones dementes y señalamientos temerarios que sin ton ni son pretende acusar a venezolanos que han arrostrado al régimen en defensa de la democracia, de la justicia y de la libertad.
La semana pasada escribí la alegoría del “pacto del huevo frito” refiriéndome al celebérrimo tema del laboratorio porque leí el informe y quedé abrumado con la cantidad de pendejadas que se dicen ahí. Lo único que se desprende de él es que los inefables niños de Derwick decidieron buscar una inútil revancha, sin sentido alguno, contra todos aquellos que -pendejamente- consideran fueron los responsables de levantar una voz crítica para denunciar el guiso multimillonario que acompaña la catástrofe eléctrica que ha apagado al país.
Pregunto: ¿hacer uso de la crítica periodística es producto de un laboratorio? ¿En qué país?
Lo que impresiona es que Ramos Allup se haya hecho eco de esa locura, no sólo porque tiene un familiar político vinculado con la empresa y muestra a todas luces un torpe interés personal por defenderse, sino porque acusa temerariamente a valerosos miembros de la oposición y al gobierno de los Estados Unidos de financiar protestas y movilizaciones sociales contra la dictadura.
Secunda a criminales como Pedro Carreño, Diosdi o Nicolás en semejante estupidez.
Según Ramos Allup, los venezolanos no tienen derecho a indignarse, a protestar, a movilizarse en contra de la lava de corrupción que calcina a Venezuela, porque si lo hacen forman parte de un laboratorio que quiere “desprestigiar” a la dictadura, a políticos o a partidos de oposición.
No tiene sentido, ni lo tendrá. Claro que tenemos y debemos protestar, si no lo hacemos no sólo AD será un vestigio, lo será el país.
La conciencia crítica lo evita o al menos lo denuncia, y nada tiene que ver con un complot internacional.
¿Qué clase de pendejada es esa?
La generación de relevo
No es un laboratorio lo que crea la indignación ni la antipolítica; no, no lo es. Tampoco es un laboratorio lo que separa o divide a la oposición. Mucho menos una telenovela.
Lo que crea esa indignación, esa división, esa antipolítica, es una rabia acumulada contra las deplorables prácticas que nos trajeron hasta aquí, que calcinaron la moral del país, y que pretenden seguir a toda costa.
Lo que crea esa indignación es una fuerza social y humana que se ha masificado como conciencia crítica, como generación de relevo que se rebela contra el cinismo, la insensibilidad y el desprecio; que se rebela contra la vieja forma de hacer política.
No es que haya colaboracionistas o infiltrados en la oposición, lo que hay es una identificación de idiosincrasias que se resiste a ceder o morir.
Lo que debe cambiar no sólo es el sistema, es además la idiosincrasia de hacer política. Y Ramos Allup, pese a sus virtudes histriónicas y discursivas, es parte entrañable de ella. ¿Hay relevo en AD?