“Nada les importa que un joven abogado privado injustamente de libertad, intente suicidarse dejando críos de 7 y 4 años. Nada les conmueve el sacrificio de López o Machado. Nada les importa las torturas a Baduel o los estudiantes…”
Son tiempos bizarros e inéditos. Tiempos de presos políticos, de torturas, de miseria y miserables. Tiempos en los que el ensayista valenciano, José Rafael Pocaterra, jamás pensó tendrían vigencia un siglo más tarde a sus Memorias de un venezolano de la decadencia, cuya historia solo se concebía desde La Rotunda, mazmorra de la dictadura gomecista y hoy se reescribe en cada cárcel de Venezuela.
Pero La Rotunda es “un hotel” en comparación a la mayoría de las cárceles venezolanas. Y Gómez un pequeño gendarme hacendado, portador de grilletes y carlancas que se queda imberbe con el modelo miliciano, rancio y comunista que atrapó a Venezuela. Una “oferta socialista” donde la criminalidad es sistémica, la cárcel es de los pranes o de los tontos; la tortura un desafío creativo y la permanencia en el poder no es un afán nacionalista, sino literalmente el reto de vencer o morir. Decía que cosas inéditas están ocurriendo en Venezuela. Porque en las dictaduras convencionales hay abuso de poder, pero en nuestro cocktail totalitario, dogmático y socarrón, impregnado de santería, morbo e inquina, la mezcla de autoritarismo y odio, es a paso ineluctable. Es curioso cómo todo lo que denunciaba Pocaterra hoy se repite dramáticamente. Desde la cárcel real y vivida, el autodidacta observaba la enajenación que agobiaba a la sociedad entera. Pocaterra escribía apilando y construyendo una crónica implacable a la cual suma la crítica histórica y la reflexión humanística. Su obra literaria es una intensa búsqueda de las raíces de los problemas del país (lo cual también es mi obsesión), en las que siempre se enfrentan visiones contradictorias sobre la naturaleza del venezolano. En las páginas de Pocaterra está presente sistemáticamente, un constante conflicto entre el sector civil y el castrense. Dentro de sus consideraciones de la sociedad civil está presente la angustia del hombre que observa, atónito, cómo los hombres que la integran están visiblemente divididos. Y a la Venezuela hoy no le bastó dividirse entre lo civil y lo militar. Los civiles ahora también están divididos (MUD-y el resto). Los militares, los partidos, las milicias, los gremios, es más, hasta los comediantes van divididos. Y en medio de esa fractura, dice Pocaterra, “se impone un cenáculo de hipocresía y traición a los principales valores de la convivencia humana”.
Para Pocaterra parece existir una línea precisa que separa abiertamente lo que él define como sociedad y como pueblo. Toma a la sociedad compuesta por los sectores más afortunados económicamente, para ridiculizarla e ironizarla exhaustivamente. Para él, es conformista, vacía, inicua, hipócrita. Haciendo un juego de términos (sociedad por capital y pueblo por provincia), Pocaterra escribe: “Caracas no ha hecho sino aplaudir, aplaudir demasiado, romperse las manos aplaudiendo. Aplaude a los malos literatos, los peores historiadores, la vasta cofradía pésima de los poetastros orientales u occidentales. Incorpora a sus academias un porcentazgo considerable de mentecatos a base de recomendados de “Villa-Zoila”; recibe en sus salones al generalote con posición, al doctorcete introducido”. Es el síndrome de “Villa-Zoila” (nombre de la esposa del expresidente Castro), que valida, bracea y apadrina a los recién llegados de todas partes… Esta ha sido la historia viva, vivísima, de nuestra decadencia. Y hoy llegamos al punto de quiebre de ese portentoso fracaso social. Ojalá fuesen doctorcetes, poetastros, literatos, historiadores o mentecatos los que han llegado ahora a las esferas del poder. Son usurpadores que ni títulos ostentan, y se hacen llamar salvadores de la patria, revolucionarios o cualquier “noble intitulacion” que apareje una Ilíada o un epitafio espartano.
Del otro lado, de la sociedad civil, los enchufados. Más que “vacíos, inocuos, fatuos o hipócritas”, como definía Pocaterra a los adulantes cretinos de su época, a los Amengual o a los Andueza que recomendaban continuismo al caudillo de turno (Páez, Monagas o Castro) cuando ya se habían anotado en la conjura restauradora (de Guzmán, Palacios o Gómez), nuestros Panchito Mandefúa contemporáneos que exhiben una falsa sensiblería romántica hacia los pobres, hoy hacen antesala desde Miraflores hasta Washington, para garantizar sus privilegios modales afrancesados. Nada les importa que un joven abogado privado injustamente de libertad, intente suicidarse dejando dos críos de 7 y 4 años. Nada les conmueve el sacrificio de López o Machado. Nada les importa las torturas a Baduel o los estudiantes. Nada por la muerte de inocentes. Su honor tiene precio. Y es el equivalente a un equipo de Polo.
Pido para Venezuela en 2015, una gran virtud: valor. Eso pido a la Navidad. Determinación para sepultar El síndrome de “Villa-Zoila” y de los Panchito Mandefuá… Pido al Niño Dios, valentía contra el amengualismo, el acomodadote, los enchufadotes y muy importante, contra los cooperadores. Pido entereza y sabiduría. Y pido paz y redención para aquellos que sin ver que sus tiempos expiraron, aun se mantienen en el cleavage del odio, la conveniencia y la venganza… ¡Venezuela, Feliz Navidad!
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