He de confesar que el disparate venezolano me ha hecho despreciar el rol de los profetas en la historia del hombre. Todos podemos ser profetas de nuestra tierra y de la que no es nuestra también. No hay ninguna ciencia, es fácil.
Considero, además, que los profetas son unos pícaros, hasta San Juan y su apocalipsis lo fue. Se sientan al borde de un despeñadero frente a un valle (por ejemplo, el de Caracas), se montan una batola blanca, encienden algunos inciensos alrededor, se tatúan un tercer ojo en el centro de la frente, fruncen el ceño, abstraen la mirada hacia el firmamento y, cerrando los ojitos para figurar un trance sideral y místico, predicen.
No es difícil preveer qué va a pasar en una sociedad si se observa con detenimiento los signos de su tiempo (como en Venezuela): inmoralidad, corrupción, cinismo, desabastecimiento, suciedad, hambre, crimen, colas, riñas, nuevo riquismo, desprecio y demencia (mucho madurismo exacerbado) para solemnizar sin sudor alguno: “Hermanos, no sólo se acerca el apocalipsis…, los venezolanos somos el apocalipsis”.
¿Podremos escribir un apocalipsis venezolano o necesitamos a San Juan?
Es fácil predecir.
El eterno retorno de la idiotez
Siguiendo el ejemplo de la picardía profética de San Juan y su apocalipsis, era fácil concluir entonces como lo es ahora -y sin haber leído a Nietzsche- que el mismo Hombre que había devastado deslumbrantes civilizaciones antiguas como la egipcia, la persa o la griega, lo volvería hacer una y otra vez, por los siglos de los siglos, Amén.
La idiotez retorna eternamente, como ahora en Venezuela con Chávez, su Maduro y esa larga lista de chiflados que integran el chavismo y que con una pericia poco común han arruinado a un país en quince años.
No hace falta profecía ni alzarse místicamente en una colina de humo para advertir que el colapso será total. Tampoco hace falta inventar que será un monstruo quimérico de 10 cabezas quien devastará al país, no hace falta fabular, digámoslo con nombre y apellido: será Nicolás.
Pero no, los lunáticos se sientan a dialogar con los enchufados sobre el sexo de Dios y prefirieron participar en un circo bufo a rebelarse junto a los verdaderos ángeles de la nación: los estudiantes, para salvar al país. Los lunáticos invocan a Dios e incumplen con su responsabilidad.
¿Tú eres uno de ellos? Pues si lo eres, será mejor que Dios te agarre confesado.
A Dios se le enredó el papagayo venezolano
Primero fue Capriles quien sugirió que el hilo invisible de Dios elevaría su tiempo perfecto (redentor) en Venezuela para vengar el fraude electoral del que fue objeto no él (Capriles) sino el pueblo venezolano y ahora es ese campeón olímpico de la eterna idiotez (que siempre retorna): Maduro, quien nos avisa que ante el apocalipsis total que el pueblo padece (no Maduro) el que solucionará todo y proveerá será Dios.
Al menos en algo están de acuerdo Capriles y Maduro: será Dios quien nos redima de esta acumulación de desastres. Ni Capriles ni Maduro -¿fasos profetas?- se sienten capaces de hacerlo.
Para ellos Venezuela es un simple papagayo de Dios y en este momento se le ha enredado -a Dios-, no a toda una nación.
(Abro un paréntesis para preguntarme: ¿A cuál Dios le estarán rogando Capriles y Maduro para que haga su tiempo perfecto y nos provea? ¿No será que le están suplicando a un Dios distinto? ¿Será esa diferencia de dioses invocados la verdadera causa de tanta desatención y desvarío?)
¡Dios, perdónanos a los venezolanos, que no tenemos idea de lo que hacemos!
El evangelio -venezolano- según Tovar
Pensándolo bien, sí escribiré un conciso evangelio para esta Venezuela que de un tiempo para acá es tan creyente y devota. Todos podemos hacerlo, hasta yo que no soy profeta ni en mi tierra.
Algo inventaré, el Dios del tiempo perfecto me provee y me bendice.
Hace una semana profeticé sobre el apocalipsis venezolano en mi artículo “La oposición y sus caperucitos rojos”, mencioné que si no nos comportábamos como simples ciudadanos y no como feligreses del chavismo (como caperucitos rojos) nos sucedería lo que el profeta Eurípides señaló: “Aquél a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”, es decir, terminaríamos todos locos.
Estamos muy cerca de estarlo. No recuerdo un momento histórico venezolano donde la realidad política hubiese sido tan delirante y disparatada.
¿Estamos locos?
No lo creo, nuestra conciencia despierta y reconoce que no es Dios quien nos liberará de esta demencia, sino nosotros mismos con esfuerzo, sacrificio, visión y desafío ciudadano. Sin miedos ni invocaciones celestes. Sin lunatismos.
Estoy seguro que Dios no proveerá, está cansado de tanta irresponsabilidad y de tanto chantaje venezolano. Además, hay que dejarlo tranquilo, tiene cosas más importantes qué resolver. Repetiré esta cita de Maquiavelo que mencioné en mi pasada entrega: “Dios no está dispuesto a hacerlo todo y así quitarnos el libre albedrío y la parte de gloria que nos corresponde”.
Mi evangelio será conciso. Su buena nueva eres tú, sí tú, que no estás dispuesto al lunatismo ni a la esclavitud. Tú que entiendes que sólo movilizando y luchando saldremos de este pecado de estupidez que es el madurismo.
Mi buena nueva radica en ti. Mírate al espejo, el tiempo perfecto está en tu mirada, que ella nos provea de libertad. Formate y lucha, el evangelio lleva tu nombre: escríbelo.
Y sé tú, no Dios, quien salve a Venezuela tan bella y tan llena de gracia…