El socialismo del siglo XXI destruyó un segmento significativo de la producción privada, cercándolo con intervenciones desmedidas, estatizando industrias que eran eficientes en manos particulares –y ahora ocasionan pérdidas millonarias- y creando empresas que solo generan gastos gigantescos. El socialismo -es decir, el gobierno rojo- también es culpable de haber desecho los mecanismos de distribución de bienes que fueron surgiendo –muchos de ellos de forma espontánea- a medida que el aparato industrial fue haciéndose cada vez más complejo y diversificado. Los productos llegaban a las bodegas instaladas en la punta de los cerros más altos y a los pueblos más alejados, sin que ningún organismo público o privado se hubiese planteado jamás centralizar esa red, ni construirla conscientemente. Los rojos tomaron en sus manos ese tejido, y estamos viendo los resultados: la gente de los cerros, que antes recibían los diversos bienes, ahora bajan a la ciudad a buscarlos de forma atropellada.
La demolición de los mecanismos de distribución está relacionada con los controles de cambio y de precio. El primero, ha mantenido artificialmente sobrevaluado el bolívar Cadivi y SICAD I (cuando se consigue ) –ambos destinados a favorecer la nomenclatura roja-, transformando esos dos mecanismos de reparto en un poderoso instrumento de corrupción, el más perverso de cuantos han existido en Venezuela. El control de precios ha situado el valor de los productos regulados muy por debajo de su costo, haciendo poco atractiva su producción, aunque muy lucrativo el contrabando de extracción hacia los países vecinos y la compra por parte de revendedores y buhoneros, o la adquisición nerviosa por parte de los ciudadanos ante la incertidumbre de no poder conseguirlos por largos períodos.
¿Quiénes se benefician y quiénes se perjudican del caos creado por Nicolás Maduro al mantener las regulaciones y un control de cambio que contiene cuatro –o en el mejor de los casos- tres tipos de paridades? Los beneficiarios, como en todos los sistemas socialistas, son los grupos que giran alrededor de la órbita de poder: Miraflores y el PSUV. La “guerra económica” la desataron esos sectores que tienen en sus manos la capacidad de decidir la ruta hacia donde se dirige un bien producido, por ejemplo, en la región centro occidental o el oriente del país, y que se encarga, a hurtadillas, de que solo 50% llegue a los anaqueles de los supermercados ubicados en Venezuela, y la otra mitad termine en los estantes de Colombia, Brasil o Panamá, donde el mismo producto se vende cinco o seis veces más caro. No es la oposición la que toma esa clase de medidas, sino autoridades militares y civiles que encontraron en el contrabando de extracción con productos regulados, en la sobrefacturación de los dólares concedidos por Cadivi u obtenidos a través del SICAD, un mecanismo rápido y seguro de acumular enormes fortunas con los recursos de los venezolanos.
Quien está pagando la metástasis de la corrupción apañada por un Gobierno proxeneta es el pueblo, que no sale de su desconcierto. Después de haber vivido la abundancia del período comprendido entre 2007 y 2013 –cuando el barril de petróleo promediaba ligeramente por encima de los $100 y las importaciones superaban los 60.000 millones de dólares al año-, de repente se encuentra ante un cuadro de escasez aterrador.
Las colas son un signo humillante de la ineficiencia y corrupción endémica del socialismo y los cimientos que sustentan ese endemoniado sistema. El socialismo chavista se ha edificado sobre el reparto populista de la renta petrolera, ahora cada vez más escasa, y sobre una cleptocracia voraz e indolente, que ve en cada control, intervención o norma gubernamental, la posibilidad de incrementar su riqueza y poder. Los militares son una pieza clave de este mecanismo. Sin su apoyo no habría sido posible construir el andamiaje. Las fronteras, Cadivi, las rutas de distribución de alimentos y bienes básicos, forman algunas de las piezas de ese entramado.
La situación de los militares después de la caída de Pérez Jiménez resulta un buen ejemplo de qué ocurre cuando la gente llega al hartazgo.
@trinomarquezc