apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras”
Eugenio Montejo (La poesía)
Los incesantes puntos suspensivos
Escribir es difícil, muy difícil. Nadie, sólo el escritor, puede saber cuánto. Hacerlo además ante tanta adversidad y mortificación es casi heroico. Imagínenselo, sólo imagínenselo.
“Asesinan a unos estudiantes en Mérida”: buscar la palabra que amontone la rabia, el dolor, la desgarradura; “aíslan y torturan a Leopoldo López por una llamada telefónica”: barrer los escombros emocionales que produce la arbitrariedad y responder pronunciando un adjetivo; “encarcelan con desproporcionada ferocidad al entrañable Antonio Ledezma”: intentar construir una oración cuyo sujeto es un maestro, cuyo verbo es una consternación, cuyo predicado es una larga fila de incesantes -y cada día más rabiosos- puntos suspensivos.
Escribir en estos tiempos es como marchar en medio del frenesí de una guerra, andar mientras van asesinando, encarcelando o secuestrando a nuestros hermanos de lucha, y ver la sangre y ver los barrotes que intentan encarcelar principios e ideales para buscar una coma o un punto seguido que nos permita recuperar el aire al menos por un instante.
Escribir en Venezuela es un revoltijo de signos de interrogación y exclamación que se yuxtaponen y empujan entre sí, eventualmente no sólo se yuxtaponen y empujan, también se agarran por el cuello y se ahorcan, se asfixian.
Pero no importa, seguiremos escribiendo porque nuestros sujetos, nuestros verbos y predicados, nuestros puntos suspensivos, comas, signos de exclamación e interrogación llevan un hondísimo sentimiento: esa bella e inabarcable palabra que es Venezuela.
Sí, Venezuela…
Una antorcha humana: Antonio Ledezma
¿Quién ha dicho que esto iba a ser fácil? Nadie.
Una dictadura lo es porque toda una sociedad se ha descompuesto de tal modo que la ha permitido por conveniencia o miedo. Y Venezuela, por conveniencia y miedo, es una dictadura, lo ha sido desde hace largo rato. La semántica de su discurso es clara: sus verbos son metrallas; sus sujetos súbditos o víctimas; sus predicados una larga negación de todos los sujetos (sobre todo si ellos son venezolanos) que no hincan la rodilla ni se victiman.
Una dictadura es una permanente y monstruosa primera persona del singular. Un despotismo verbal que todo arruina. Una amalgama gramatical cuya morfología desbarata al ser humano como el más logrado poema del Creador universal.
Una dictadura es un horror ortográfico en la historia de la palabra humanidad.
No hace falta que un escritor pronuncie a la dictadura ni que un político la acuse, tampoco que un caricaturista la desdibuje, siempre surge una conciencia nacional que la resiste, que la lucha y que tarde o temprano la derrota, corrigiéndola.
Una conciencia nacional cuyo verbo más sentido afirma una irreductible devoción por la justicia y por la libertad, como la ilustrada conciencia de Antonio Ledezma.
Ha sido un amigo, un consejero, un maestro, pero sobre todo, Antonio ha sido una antorcha humana que nos ha guiado con sensatez y coraje a través de la larga y fría noche chavista.
Los que lo conocemos sabemos que hay poco que reprocharle como demócrata cabal o como imperturbable humanista. No cede. Es un político sin puntos ni comas que lo detengan, es la semejanza más flagrante del otro entrañable maestro, el poeta Eugenio Montejo -¿cómo extraño nuestros insólitos silencios comiendo en El Coyuco de los Palos Grandes? ¿Para qué más ruido, suficiente con la estridencia vociferante de Chávez y sus súbditos? “Comamos y callemos”-, por su dominio apasionado, pero concienzudo, de las formas y de las estructuras gramaticales de la libertad.
Somos muchos los que lo apreciamos y admiramos por su perseverancia y tenacidad. Antonio no se cansa, nunca se ha cansado. Lleva en su espíritu el inencarcelable fuego de la democracia social.
Ayer los tiranos de manera despelotada y estúpida, muy estúpida, apresaron su cuerpo, pero jamás podrán encarcelar su fuerza ni su coraje.
Cometieron otro error de cálculo gravísimo: esta nueva barbaridad nos ha unido, la oposición ya no es un paréntesis, es una fortalecida conjunción copulativa.
Somos uno, la antorcha de la unidad se ha encendido.
En la unión está la fuerza
He sido un crítico -a veces feroz- de cierto sector de la oposición que he considerado lánguido, condescendiente y doblegable a los disparatados y criminales designios de la dictadura. Mi justificación está enmarcada en lo que considero debe ser un trabajo de equipo: siempre unos a otros deben motivarse, empujarse y hasta insultarse para permanecer alertas y seguir. No es desconocido, ocurre en todo esfuerzo compartido entre dos o más personas que forman una unidad común o como digo antes: un equipo. Se acarrean, se gritan, se motivan y se zahieren entre sí para lograr el triunfo.
¿Y cuál puede ser un mejor triunfo común, de equipo, que la ansiada libertad de Venezuela? ¿No debería de unirse esa ajetreada asociación de individualidades y partidos que es la oposición en una misma frase?
Creo que es un momento perfecto para complementarnos y “reunirnos” (el prefijo “re” nos obliga a repetir y repetir la unión hasta que la logremos), creo además es la mejor manera de apoyar no sólo la liberación de Antonio, sino de la amada primera persona del plural que somos todos: Venezuela.
Pese a la diferencia de criterio, los intereses son los mismos, el destino también: la libertad. Los métodos para alcanzarla nos han diferenciado e incluso distanciado, pero la prisión de Antonio Ledezma ha borrado esas distancias y nos ha acercado, y mucho.
No podía ser de otra manera. Ledezma ha sido un consistente e indómito precursor de la unidad. No de la boca para afuera ni con sintaxis rebuscadas, no, en Antonio no ha habido disimulos ni enjuagues verbales cuando se ha tratado de fomentar la fuerza de la unión, en su procura ha sido humilde pero enfático, riguroso pero magnánimo.
Ha sido un maestro.
Que estalle el espejo
Escribir en estos tiempos es marchar y andar las rutas fatigosas de la injusticia y sus incesantes puntos suspensivos. Nada es fácil en este país, tampoco lo es escribir. Pero hay que hacerlo. Al menos yo seguiré escribiendo, seguiré marchando, seguiré andando. Mientras nuestro aliento sea capaza de empañar una lámina de vidrio habrán fuerzas suficientes para luchar por la libertad.
El ejemplo de Ledezma debe sensibilizarnos y unirnos. Él no necesita de gritos ni vociferaciones para señalárnoslo. Hagámoslo. Dejemos los paréntesis o los puntos suspensivos, pongamos un punto y aparte e iniciemos un nuevo capítulo de nuestra historia contra la autocracia.
La aspiración de cambio de la primera persona del plural que somos lo exige.
Tomemos una piedra y lancémosla al espejo. Que el vil egoísmo estalle en cientos de pedazos y el yo deje de prevalecer, y que centellee, y que se esparza brillante y repetido ese espejo gigante, resplandeciente y arrebatador que es, frente al sol, Venezuela.
Y cantemos con brío: ¡Muera la opresión! Compatriotas fieles, la fuerza es la unión.
Gloria al bravo pueblo, gloria a ti.
¡A luchar!
Gustavo Tovar-Arroyo