The Smashing Pumpkins, uno de los grandes emblemas del rock alternativo de los noventa, se presentó este sábado en la quinta edición del festival Lollapalooza Chile con una nueva formación con la que Billy Corgan ha conseguido imprimirle a la banda de Chicago mayor versatilidad.
Manuel Fuentes/EFE
Tras un año de descanso, el grupo nacido en Illinois en 1988, volvió a los escenarios para presentar su último disco, “Monuments to an Elegy”, estrenado en diciembre de 2014, tras el éxito de “Oceania” (2012), uno de los mejores discos de ese año, según la revista Rolling Stone.
Para la gira del nuevo trabajo, Corgan ha enrolado como músicos de apoyo al exbaterista de Rage Against the Machine, Brad Wilk, y al bajista de The Killers, Mark Stoermer, un fichaje que ha demostrado ser un acierto antes de publicar su nuevo trabajo, “Day For Night”, que pronto verá la luz.
Ésta es la segunda ocasión en que el enigmático Billy Gorgan reinventa la banda, tras la ruptura de 2000, cuando el éxito alcanzado con trabajos como “Siamese Dream” (1993) y el doble álbum “Mellon Collie and the Infinite Sadness” (1995) no logró evitar la fractura.
Cinco años después de su primera actuación en Chile, hoy The Smashing Pumpkins abrió fuego en el escenario del Lollapalooza con “One and All (We Are)”, uno de sus temas recientes.
Canciones como “Zero”, “Silverfuck” y “Cherub Rock”, del disco “Siamese Dream” (1993), recrean el universo onírico de Corgan, líder y compositor de una banda que a pesar de sus rarezas ha ganado numerosos premios Grammy y vendido más de 30 millones de discos.
En la parte más intimista de la actuación de este sábado, que duró poco más de una hora, el carismático líder de The Smashing Pumpkins recurrió a “Being Beige”, otra de sus últimas creaciones; “Tonight, Tonight”, del álbum “Mellon Collie” (2011) y “Drum + Fife”, del disco “Monuments to an Elegy” (2014).
“There’s no regret… I wanna fight a revolution”, la explícita letra de “United States”, de álbum “Zeitgeist” (2007), adquirió un significado especial cuando la desgarrada y lastimera voz de Corgan preludió una contundente descarga sónica que incluyó la interpretación de un fragmento del himno norteamericano a puro “riff”.
Vestido con una austera camisa negra y unos jeans rojizos, Corgan se presentó con una imagen sobria alejada de los fantasmagóricos disfraces y las túnicas que tanto le gustan.
Hombre de pocas palabras cuando la música está ausente, el líder de The Smashing Pumpkins agradecía tímidamente los aplausos de un público desorientado ante una música demasiado sofisticada, demasiado elegante para escenarios dados al histrionismo y el alarde de decibelios.
Su rostro hierático, la cabeza rapada y una estética sobria le daban un aire místico que chocaba con el colorido de sus guitarras, rebosantes de pegatinas y estampados.
A Billy Corgan le cuesta tanto sonreír como escribir malas canciones, poseedor como es de un talento creativo a prueba de mediocridad, y si no que se lo pregunten a Courtney Love, para quien compuso el único material salvable de su grupo Hole.
La banda echó mano de lo más conocido de su repertorio para calentar a un adormecido público, “Bullet Whit Butterfly Wings”, “1979”, “Disarm”. Tal vez les faltó “Tarantula”, pero no importa, al final lo lograron. Corgan les regala una sonrisa. El secreto quedó al descubierto. No era frialdad, sólo timidez. EFE