Snowden cuenta su vida: No soy un desertor ni un espía, soy un informante

Snowden cuenta su vida: No soy un desertor ni un espía, soy un informante

Edward Snowden

Encerrado en un búnker a 30 metros bajo tierra, Edward Snowden le contó su vida a su abogado, quien la plasmó en “La hora del Pulpo”, donde confiesa su fallido intento de combatir en Irak y qué le empujó a destapar el espionaje masivo de EEUU. Ignacio Ortega/EFE

“Yo no soy un desertor ni un espía ni un agente doble. Soy simplemente un informador y, además, tengo grandes deseos de matar al pulpo que ha atrapado con sus tentáculos a todo el país, a todo el mundo”, asegura Joshua Cold, el “alter ego” de Snowden.





“El pulpo” es el término que el protagonista del libro utiliza para definir a la red cibernética que penetra en la vida privada de cada ciudadano, al estilo de la película “Mátrix” o el Gran Hermano de George Orwell en “1984”.

Aunque se trata teóricamente de una novela de ficción, el libro escrito en ruso por el abogado Anatoli Kucherena es en realidad un detallado repaso de la biografía de Snowden desde su infancia hasta su reciente celebridad.

Todo empieza en un búnker construido en tiempos soviéticos bajo el aeropuerto de Sheremétievo, donde Snowden llegó en avión procedente de Hong Kong un 23 de junio de 2013 y estuvo encerrado hasta que recibió asilo en Rusia el 1 de agosto.

Kucherena enciende la grabadora y Snowden (Cold) comienza a relatar las vivencias que le convirtieron en un héroe para algunos y en un traidor para otros.

“EEUU es un gran país y nunca lo traicioné. La traicionaron otros que alimentaron al pulpo con carne humana. Quiero que todos sepan que estoy orgulloso de ser estadounidense y que he recibido el honor de luchar para que mi patria sea un país más libre y feliz”, insiste.

Cuenta como nació en el seno de una clásica familia norteamericana de clase media pero su infancia no fue un camino de rosas, ya que sus padres se separaron y odiaba la escuela, por lo que centró toda su energía en los juegos de ordenador, “mi auténtica salvación”.

Snowden no duda en reirse de sí mismo como cuando describe su primer contacto con el espionaje, ya que espiaba a sus vecinos con un telescopio y los grababa con una cámara de vídeo manteniendo relaciones sexuales.

Reconoce que era “un tipo raro”, lo que no cambió cuando ingresó en la Universidad de Maryland, donde destacó como descodificador y estableció su primer contacto con un tal Jenkins, representante de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y que le intentó reclutar para que trabajara para el Gobierno.

Pero Snowden, que se declara una y otra vez “patriota norteamericano”, declinó la propuesta y se enroló en los marines para “restablecer la democracia en Irak”.

“Estaba dispuesto a ser enviado a cualquier punto del planeta con un arma en las manos y defender el derecho de las personas a la democracia y la libertad”, señaló.

Pero las cosas se torcieron durante la instrucción y se rompió las piernas, uno de los episodios que el director Oliver Stone utilizará para su película sobre Snowden, cuyo rodaje empezó ya con Joseph Gordon-Levitt como protagonista.

Una vez en el NSA, Snowden fue enviado en viaje de trabajo a Pretoria (2008), donde supo de la existencia del pulpo ya que descubrió que la agencia utilizaba el espionaje con fines comerciales, como para abortar un contrato de venta de helicópteros rusos.

Sus dudas se acentuaron cuando, una vez en Zúrich, ayudó a un colega a chantajear a un ejecutivo alemán de un gran banco para que trabajara para EEUU, tras lo que decidió abandonar la agencia, para lo que puso como excusa que sufría de epilepsia.

“Desde entonces, el hombre ya no era dueño de sí mismo, sino que era parte de un organismo informático, su base de alimento”, señala y se muestra convencido de que los únicos hombres libres son los pueblos aborígenes.

Snowden reconoce su decepción con el presidente estadounidense, Barack Obama, “un politicastro no mejor que los Bush o Clinton”, dice, y admite abiertamente su desconfianza hacia Julian Assange, del que sospechaba que quería aprovecharse de él.

La lectura de “1984”, en la que ve reflejado no sólo un régimen totalitario sino el actual Estado norteamericano, le infunde valor para desvelar la trama al mundo, pero concluye que “no se puede elegir un bando” y opta por la prensa.

Es entonces cuando decide reunirse con el periodista Gleen Greenwald, del diario británico “The Guardian”, y la documentalista Laura Poitras, tras lo que, pese a una última advertencia de Jenkings, viaja a Hong Kong y de ahí a Rusia.

Una vez en el búnker, tuvo momentos de debilidad por miedo a las torturas: “No sé si sería capaz de matarme (…), pero no quiero y no puedo ir a una cárcel estadounidense”.

El libro termina con la concesión del asilo ruso por espacio de un año, lo que fue una completa sorpresa ya que contaba con Rusia “sólo como país de tránsito (…) y de ahí a Ecuador, Bolivia o Venezuela”.

“No me considero un héroe, ya que actué en beneficio propio. No quiero vivir en un mundo en el que no hay vida privada. Eso es todo”, aseguró Snowden.