América Latina ha tenido en el Siglo XX –salvando sus desigualdades regionales- grandes ventajas para su desarrollo económico, político y social: su pertenencia al Hemisferio Occidental, abundancia de materias primas, altos niveles de escolaridad, un desarrollo cultural inspirado en los grandes valores de occidente y una orientación aunque desigual y difícil al desarrollo de una institucionalidad democrática. Estas ventajas debieron convertir a A.L. y no al sudeste asiático en la nueva región de naciones aspirante al primer mundo.
Las razones para el fracaso son muchas y extremadamente complejas. Pero, las podemos resumir en: Enanismo institucional político democrático y dogmatismos ideológicos, que nos condujeron a posiciones contrarias al desarrollo de economías de mercado con predominio de la iniciativa privada del capital y de la creatividad empresarial. Como contrapartida nos anclamos en un estatismo rígido que género un capitalismo tutelado por el Estado en donde el desempeño empresarial estaba determinado por las relaciones licitas o ilícitas entre los factores que dominaban el estado. Lo que termino creando una economía dependiente de los poderes públicos y donde los valores propios de la iniciativa privada y la creatividad empresarial quedaron muy disminuidos.
Las largas dictaduras que imperaron en A.L. por largos periodos y en momentos claves del desarrollo mundial; en los años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial y luego tras un breve receso democrático en los años setenta, fueron momentos claves para mantenernos en situación de estancamiento.
Luego nos azotaron las violentas crisis, económicas y financieras de los años ochenta y noventa, que fueron particularmente dolorosas para nuestros países, pero que al menos resultaron en duros aprendizajes económicos y políticos que permitieron a muchas naciones entrar en la senda de la recuperación democrática y económica como: Brasil, México, Chile, entre otras.
Ahora, en pleno Siglo XXI, A.L. se enfrenta de nuevo a un potencial riesgo de perder el rumbo; precisamente en el momento en que los EE.UU. están cambiando su política hacia el subcontinente, como lo evidencia la nueva etapa de sus relaciones con Cuba. Frente a la reciente Orden Ejecutiva del Presidente Obama, contra funcionarios del régimen venezolano, por su implicación en delitos de violación a los derechos humanos, narcotráfico, blanqueo de capitales, la actitud de la mayoría de los países de la región “pareciera” que es de solidaridad automática con el régimen venezolano, ignorando la masiva evidencia del deterioro de los DD.HH., de la institucionalidad democrática y de los presos políticos, y la frecuencia con que funcionarios o ex funcionarios gubernamentales venezolanos aparecen vinculados a escándalos por cuentas en paraísos fiscales.
Aunque es prematuro para saber cuál puede ser el curso definitivo de acción de A.L. frente a esta nueva coyuntura, no me cabe la menor duda, de que despreciar la oportunidad de establecer nuevas relaciones con los EE.UU. basadas en el respeto mutuo, pero también en el respeto de los valores democráticos, los DD.HH, la economía de libre mercado, junto con la persecución sin contemplación a los delitos de corrupción y a toda forma de tráfico ilegal de mercancías y dinero, sería perder de nuevo una oportunidad de aspirar sólidamente a entrar en el conjunto de las naciones desarrolladas.