La novela Los maletines, del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, publicada por Siruela en 2014, narra aspectos de esa abdicación describiendo la autonomía con que operan hoy en Caracas mafias militares nacionales, aliadas con rusas y cubanas. A la sombra de un gobierno cómplice e incapaz, medran micro poderes en diversos espacios institucionales, que capturan dineros públicos para sus propios peculios. Se valen de redes intrincadas de funcionarios a las que pagan con migajas del saqueo.
Recorrer el oeste de Caracas y ver cómo otean banderas de grupos armados prochavistas en los bloques, o leer sobre las frecuentes masacres carcelarias por pugnas entre pranes, es constatar la veracidad del relato de Méndez: “Cualquier semejanza con la ficción es pura coincidencia”, advierte el autor.
La anárquica explotación de la mina de oro de Las Cristinas en Bolívar, una de las mayores del mundo, es otro ejemplo dramático de la violencia y miseria en que el fracasado proyecto revolucionario chavista ha convertido al país. Nacionalizada por Chávez con discurso pomposo, nunca fue atendida. El vacío fue ocupado por bandas armadas que protegen la depredación privada y masiva de aventureros del país y del continente. Cual señores feudales, cobran tributos en sus territorios a cambio de protección e imponen un orden primitivo y violento.
El documental Amazonas clandestino. La mafia del oro, del español David Beriain, ilustra y denuncia las intrincadas redes criminales que hoy prosperan en Las Cristinas, donde lo que impera no es un Estado soberano, sino -al mejor estilo hobessiano- un Estado de naturaleza, de todos contra todos. Señalan entrevistas in situ que las redes culminan en mafias constituidas por jerarcas de la alianza cívico-militar que nos gobierna. No puede ser más contradictorio el discurso oficial y la realidad cotidiana.