Por estas calles comenzaron a prodigar los sentimientos de relegación. Acritud grupal, mayor expresión de violencia que conoce el hombre: la indiferencia. El desprecio que deriva de ver al otro comer mal y andrajoso; viviendo en la extrema miseria y muriendo en la extrema impunidad, sin perplejidad. Poco a poco nos fuimos convirtiendo en una sociedad adulante y plástica, pendiente de nuestro cosmos; de nuestro viajecito a Aruba, Margarita o NY, preocupados de nuestras zapatillas nike, sin mirar los abedules podridos en los cerros de Caracas o en los pueblos de provincia. Porque vivir rodeados de un cordón marginal en nuestras narices, de Petare a Macarao, de Mamera a Nazareno, era un barbarismo cuyo desconocimiento -por apáticos y omisos- fue criminal. Al tiempo que niñas abortaban sin haber tenido infancia o niños se hacían jíbaros y pistoleros, por no haber tenido el estómago ni corazón atendido; mientras crecía el hambre y el olvido de un pueblo hacinado y desdentado, aquellos que lograban sobrevivir y salir de nuestros barrios, no volvían la mirada atrás, acaso por vergüenza, acaso por indolencia. Y esta Venezuela despreciada fue acumulando decepciones, desplantes y reflujos, pero, ojo, no odios. Porque el pueblo no puede odiar si antes no se sabe vulnerable. Si carece de la educación para reflexionar odios y concientizar la incuria. El pueblo simplemente resiente y sufre mientras busca quien le tienda una mano. Y dejamos a los políticos ser los únicos mesías. Pronto la ineficiencia y la corrupción hicieron estragos y el resto de la sociedad “que si mordió”, se fue de farra. Así esos abedules de sangre, sudor y lágrimas; de dolor y desesperanza, de reflujos y rémoras, le hicieron la alfombra roja a la llegada de Chávez.
Dieciséis años después, la historia sigue viva y la rémora sigue ahí. El pueblo antes de decepcionarse de Chávez o de su sucesor, no olvida ese pasado mal-vivido y reaviva su rencor hacia aquella sociedad indiferente que le vio depauperarse. Responsabilidad que no es sólo de AD y Copei, sino de todos, por lo que decir que fue la antipolítica, Ibsen Martínez, o Eudomar Santos los que acabaron con el antiguo régimen, no es más que un reduccionismo ramplón.
Desanudar el conflicto venezolano no depende de lo económico. Depende de nuestro afecto por los pobres. El líder que pretenda conectar con el pueblo como Clinton con el suyo en su momento, deberá acuñar su frase, pero al revés: ¡No es la economía, estúpido! Es el prójimo a quien debemos amar tanto como a nosotros mismos. Es lo social. Es lo humano. No es nada más.
@ovierablanco