La dictadura en Venezuela está dispuesta a arreciar sin frenos, cada día será más cruel, cada día los venezolanos tendremos menos libertades, cada día serán más los inocentes que se encontrarán tras los barrotes del dictador.
Por eso no me canso de escribirlo, es imperante que comencemos a llamar las cosas por su nombre. Es importante saber a que nos enfrentamos para no seguir siendo víctimas de un régimen que amenaza con destruir a Venezuela, deben quedar atrás los momentos de ingenuidad, tampoco son tiempos de pensar que podemos ganar batallas en los tribunales, que el Defensor por fin va a defender derechos humanos, que la Fiscal investigará y acusará a los que están comprometidos con el gobierno o que por fin van a luchar contra la corrupción porque por ejemplo hay orden de detención contra García Plaza quien fue el ejecutor del Dakazo. No! La institucionalidad en Venezuela no existe, tampoco la separación de poderes.
El propio Maduro ha dicho que: “me llamarán dictador y no me importa”, también ha declarado recientemente que “vengo dispuesto a radicalizar la revolución contra quienes sabotean lo económico, no me importa el apellido. A los empresarios (…) hay que investigarlos, revisarle las cuentas bancarias, revisar los almacenes y si es necesario meterlos presos”. Está muy claro que no le importa ser un dictador, Maduro disfruta el rol de dictador latinoamericano del siglo XXI, así como también está claro que a los lambiscones que lo acompañan no le importa además de vivir en dictadura y destruir al país, ser parte de esta etapa negra de la historia de Venezuela.
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