“¡Vengan todos, el ambiente es eléctrico, pronto seremos miles!”: ante el hospital Saint Mary de Londres, un puñado de partidarios insobornables de la monarquía británica espera febrilmente la inminente llegada del nuevo bebé real.
Son los mismos que estaban en julio de 2013, cuando nació el príncipe Jorge, el primer hijo del príncipe Guillermo y su esposa Catalina. Dos años más tarde, le darán la bienvenida al segundo hijo de la pareja, cuarto en la línea de sucesión al trono de Isabel II.
El viernes, una docena de personas, fieles entre los fieles, se preparaban para pasar su quinta noche ante la maternidad, en dos pequeñas carpas y dos bancos públicos. Entre ellos, Terry Hutt, el famoso “Hombre de la Union Jack”, por su traje con la bandera británica, quien a sus 79 años no se pierde ningún momento importante de la vida de la realeza.
“Tengo que estar aquí”, dijo a la AFP, aferrándose a su saco de dormir, regalo de un canal de televisión. “Hace dos días me robaron el mío, estaba helado”, dijo con un aire triste.
A su lado, dos dobles de Guillermo y Catalina posan para una televisión japonesa sosteniendo una muñeca de plástico. “Espero que sea una chica y que llegue este fin de semana, el domingo sería bueno”, dijo Kathy Martin, otra incondicional de origen australiano.
“¡Todo el mundo quiere que sea una niña! ¡Catalina y Guillermo también!”, saltó John Loughrey, autoproclamado el “mayor fan de Lady Diana del planeta”.
“Para Jorge será enorme, tendrá alguien con quien jugar, aunque sospecho que quiere seguir siendo el jefe”, dijo soltando una carcajada. Luego, empezó a saltar y a cantar su repertorio de canciones para el nuevo bebé: “¡traigo el sol, traigo la felicidad, lalalá, lalalá, ¡es una niña!, ¡es una niña!”.
– “Como nos reímos….” –
En la acera, enfermeras y pacientes del hospital, que sigue funcionando con normalidad, esbozan una leve sonrisa.
A diferencia de hace dos años, cuando los medios del mundo acamparon durante tres largas semanas antes del parto, esta vez la escena es mucho más tranquila. Mantenidos a raya, los periodistas se hacen raros e incluso los admiradores de la familia reales admiten que el frenesí es menor.
“No es lo mismo, por la sencilla razón de que Jorge era el primero”, sostiene Gianni de Capitani, un italiano que se mudó a Londres “cuando el príncipe Guillermo tenía cinco meses”.
Capitani lleva dos bolsas de plástico, una bandera británica, su colección de sellos y una carta que dice que es parte de su “correspondencia privada con la familia real”.
A diez metros de distancia, otro hombre, que pide el más estricto anonimato, guarda un ejemplar de la revista que en 2012 publicó unas fotos de Catalina con los senos al aire en la playa. “No digas que te la he mostrado, me arriesgo a sufrir terribles problemas”, implora, lanzando miradas ansiosas a su alrededor.
“Aquí conoces gente digamos que interesante”, explicó Teba Diatta, de 33 años, que también aguarda pero con un estilo más sobrio. “Algunos dicen que son sólo un puñado de locos que no tienen nada mejor que hacer, pero como nos reímos. Es un ambiente especial”, dice Teba, quien hizo un pastel para la ocasión en el que se lee: “por favor, Catalina, no nos hagas esperar demasiado”.
por Jacques KLOPP/AFP