El Gobierno español llamó a consultas esta semana a su embajador en Venezuela, el último hito en la larga lista de desencuentros entre Madrid y el régimen bolivariano. Ya en 2013, de lo primero que hizo como presidente Nicolás Maduro fue ordenar idéntica medida, considerada la más grave muestra de malestar en el lenguaje diplomático. Fue su airada respuesta a unas declaraciones de José Manuel García-Margallo en las que este pedía rapidez en el recuento electoral tras los comicios que llevaron a Maduro al poder, publica ABC de España.
Dos años después de aquel primer incendio, España y Venezuela siguen enzarzadas en una relación tan estrecha como difícil. Pese a las diferencias entre los modelos políticos en ambos países y a las declaraciones subidas de tono que con frecuencia vuelan de Caracas a Madrid, son muchos más los vínculos y los intereses comunes que los motivos para una enemistad abierta. El problema es que el resquemor viene de antiguo.
En la memoria histórica chavista está grabada a sangre y fuego la actuación del Gobierno entonces presidido por José María Aznar en el golpe de estado que apartó al «comandante eterno» del poder temporalmente en el año 2002. España siguió a los Estados Unidos y se apresuró a reconocer al Ejecutivo de emergencia presidido por el empresario Pedro Carmona. Cuando Chávez recuperó el poder tras varias jornadas de violencia en Caracas, acusó al presidente español y al estadounidense, George W. Bush, de complicidad con la conspiración cuya cara visible era Carmona.
Las cosas parecieron encauzarse con la llegada a La Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero. Madrid juega para Caracas un papel clave como interlocutor y termómetro de sus relaciones con el conjunto de la Unión Europea y el nuevo ejecutivo socialista parecía mucho más proclive a pasar por alto los aspectos más ariscos del régimen venezolano. En aquellos años, ambos gobiernos suscribieron cuantiosos contratos para que la industria militar española equipara a la FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana). Pero entenderse con la Venezuela revolucionaria siempre es difícil para una democracia liberal al estilo occidental como España. Tanto, que la armonía de la era ZP se hizo añicos cuando en la recordada Cumbre Iberoamericana de 2007, el Rey Juan Carlos, harto de que Chávez interrumpiera a Zapatero e insultara a Aznar, le espetó aquello de «¿Por qué no te callas?». La frase pasó a la historia.
Reproche en Bruselas
Por lo señalado de la cita y porque lo grabaron las televisiones de medio mundo, aquel fue el desencuentro más notorio. Luego habría otros que llegan hasta el momento actual, causados sobre todo por el amparo que la oposición venezolana encuentra en España y que, como su antecesor, Maduro considera una injerencia. Fueron partidos españoles los que han impulsado la reciente declaración del Parlamento europeo contra el encarcelamiento de disidentes y las muertes en manifestaciones en Venezuela.
Pero, por más que la retórica y los gestos diplomáticos parezcan indicar lo contrario, todos los factores de la balanza condenan a ambos estados a entenderse. Solo Rusia y China le venden más armas a Venezuela que España. A la inversa, España tiene en Venezuela a su segundo mejor cliente, además de a un relevante proveedor de petróleo. Para Caracas, España es su principal socio comercial europeo y, tras Estados Unidos, el país que acoge a un mayor número de sus expatriados. Claro, que muchos son detractores del chavismo que salieron del país hartos de los efectos de su hegemonía. También Venezuela es el hogar de una importante colonia española y el foco de inversiones de importantes empresas que asisten con evidente preocupación a una tensión política que amenaza sus negocios. Pese a lo maltrecho de la economía venezolana, todavía siguen siendo rentables.