La sequía se ha vuelto una compañera indeseable para los residentes de Santiago de Cuba. Durante años, la ciudad ha padecido los bajos índices de precipitaciones, las deficiencias en el sistema hidráulico y una errada política de distribución.
En medio de las celebraciones por el quinto centenario de su fundación, en la ciudad el contenido de un camión cisterna cuesta en el mercado ilegal el equivalente a diez pesos convertibles (US 10 dólares), casi la mitad de un salario promedio. Las familias que no pueden pagarlo deben conformarse con almacenar en tanques y cubos el hilillo que sale de los grifos una o dos veces al mes.
En los últimos meses, la situación del abastecimiento de agua se ha vuelto más dramática, y aunque las lluvias inundan parte del centro y el occidente del país, no han llegado hasta la zona oriental. Los vecinos de barriadas y repartos santiagueros miran hacia el cielo a la espera de que un aguacero llene los embalses y alivie la situación de la agricultura.
Dayana Despaigne, madre de dos niños, usa el agua que le regalan algunos vecinos con mayores recursos, para limpiar, lavar y hacer la comida. Asegura que no tiene el dinero “para comprar una pipa de agua” así que espera por la generosidad de otros o a que “los trabajadores del acueducto” suministren al barrio donde vive.
No muy lejos de la casa de Dayana se alza la localidad de Chicharrones, donde Luisa Hernández asegura que “lleva casi un mes que en su cuadra no entra el agua y esto no es culpa solo de la sequía”. La señora se queja de falta de organización y cumplimiento en el cronograma del suministro y considera que “en el acueducto se han olvidado de abrir cuando realmente nos toca”, en referencia a los grifos que permiten el flujo hacia las diferentes zonas de la ciudad.
La situación se extiende hacia la zona conocida como Venceremos, donde el agua llega cada 15 días. En esta ocasión, según comenta la residente Juana Milagros Bonne, “se pasaron, porque llevamos más de veinticinco días sin una gota y parece que por ahora no nos toca, pues nos han informado que existe una rotura y la cisterna que nos abastece está vacía”.
Los camiones cisternas, conocidos popularmente como pipas, deben ayudar a paliar la situación cuando el agua no llega por las tuberías. Sin embargo, buena parte de su carga termina desviada hacia el mercado ilegal, donde hay una creciente demanda debido a la necesidad.
Un habitante de Altamira comentó a 14ymedio que en varias ocasiones ha comprado pipas de agua, pues “el ciclo es muy largo y de mi cisterna se abastecen varias casas familiares”. Sin embargo considera que “10 pesos convertibles es mucho dinero” y que “en la barriada nunca he visto las pipas que envía el gobierno para el abasto de agua a la población”.
El problema no está sólo en el agua que no cae del cielo, sino en toda la que se pierde en los salideros y roturas. Un trabajador del acueducto reveló a este diario que “los relojes que miden el agua están en mal estado en muchas casas, lo que influye negativamente en el desperdicio del líquido”. El empleado también reconoció que “la empresa no cuenta con los medios necesarios para la rehabilitación de las redes a corto plazo”.
Hace apenas dos años, Raúl Castro hizo un discurso por el 26 de julio en la capital santiaguera donde ponía como una meta la reparación de las redes hidráulicas de toda la ciudad. Hoy, a muchas familias de la zona se les escurre parte del salario en pagar los camiones cisternas o los aguadores que venden cubos o botellas. Los días del agua parecen no llegar para Santiago de Cuba.
Vía 14ymedio