La política se ocupa del buen vivir. De hecho, en occidente cada vez hay más líderes que muestran que la prioridad es convertir a sus países en sitios para realizar una vida digna. Las democracias desarrolladas han dejado claro que la antesala del buen vivir es lograr una convivencia normada por el respeto y la tolerancia. Antes se pensaba que el bienestar era producto de la inversión que los gobiernos hicieran en capital intangible, tecnología, los parques industriales o en sus estrategias de exportación. Sin embargo, la experiencia acumulada indica que esas áreas despegan cuando los conflictos se resuelven a través del consenso. La capacidad social para construir acuerdos políticos es el motor del crecimiento y la calidad de vida; no a la inversa. Esta conclusión señala entre otras cosas que en muchos lugares cambió el contenido de lo que se expresa cuando se habla de “trabajo político”. Ese enunciado dejó de simbolizar la lucha que algunos protagonizan para alcanzar posiciones de dominio.
En esta época la “política” se resignificó; ahora, se refiere a conquistar el poder para promover la cooperación con gente afín, extraños y adversarios. Es cierto que en Venezuela esa acepción es satirizada; hay quienes la llaman ingenua. Lo cual no sorprende dado que el mayor rezago que tiene el país es en materia política. Los jefes del gobierno y muchos opositores siguen considerando que en ese terreno de lo que se trata es de liquidar al oponente.
La visión doméstica de la política la presenta como un juego suma cero; lo cual permite inferir que es poco probable que la crisis de la república se resuelva de manera pacífica. Hay quienes están convencidos de la necesidad de zanjar sus diferencias a través del conflicto político. Tal vez, piensan que terminó el tiempo para que gobierno y oposición negocien algún acuerdo. Los venezolanos están más próximos a escalar la anarquía, el desorden extremo y la agresión que de las parlamentarias.
Venezuela ingresó en un ciclo de violencia política. En esta oportunidad, las barricadas, los saqueos y los enfrentamientos callejeros no serán necesarios. Tampoco se requerirá que las fuerzas gringas del Comando Sur ingresen en el territorio nacional para secuestrar a Diosdado Cabello; los militares chavistas no se verán forzados a combatir con esos aviones rusos que algunos jerarcas castrenses compraron con sobreprecio. La guerra que se avecina consistirá en incrementar y multiplicar el caos y la incertidumbre que existen.
Radicalizar la escasez y redoblar las colas; hostigar a la gente, reventar el dólar y la economía. Provocar apagones y arruinar los servicios públicos; aumentar el chantaje del Estado y, a la vez, intensificar la represión judicial y policial así como exacerbar la presión internacional y mediática son las armas con las que la élite oficialista y algunos opositores ejecutan esta batalla final por el poder. Por cierto, los muertos continuarán saliendo de las familias venezolanas. En esta guerra de guerrilla los delincuentes son una parte activa. Ellos representan una imagen concreta de la nueva modalidad que tomó la violencia política.
Entre el gobierno y la oposición no habrá diálogo, ni tregua y tampoco arreglos.
Nicolás Maduro no entregará la cabeza de ninguno de sus aliados cercanos. No tiene margen para recular; sabe que la traición le costaría caro. Además, él nunca fue un dirigente ganado al dialogo ni ha sido un presidente interesado en construir acuerdos o comprometerse. Maduro ni siquiera cumple su palabra, menos se involucrará en un pacto que exija jugarse el pellejo. Lo cierto es que en esta etapa las circunstancias y sus creencias lo obligarán a echar el resto.
Lo predecible es que Nicolás Maduro arremeta contra los venezolanos con un arsenal de prácticas cubanas. Demás está decir que del otro lado están los que desde la oposición hacen todo cuanto pueden para sacarlo de la presidencia a patadas. El grupo que logre humillar al otro impondrá el camino a seguir en esta crisis. Al sol de hoy las parlamentarias parecen tan irrelevantes que el CNE no se ha molestado en anunciar la fecha. El silencio de Tibisay Lucena ratifica que pareciera intrascendente que haya elecciones. Tal vez, las cúpulas del PSUV y de la MUD coinciden con la rectora Lucena y, por eso, avanzan en una campaña desabrida, rutinaria; sin acuerdos con sus bases y con poco pueblo.
Alexis Alzuru
@aaalzuru