Todos (o casi todos, en honor a la verdad) tenemos que pasar por el calvario de conseguir los rubros básicos para dar de comer a nuestras familias, o proveerlos de las medicinas y cuidados básicos que hace tan solo dos décadas nos era tan natural encontrar en los anaqueles de droguerías y abastos.
Hemos presenciado conatos de violencia, empujones, insultos y agarrantinas para poder adquirir un kilo de azúcar, de leche, o de harina de trigo. Los ancianos son empujados inmisericordemente por personas más jóvenes mientras casi nadie hace ni dice nada. Incluso circulan videos de robos a camiones de comida, donde los saqueadores pasan por encima del cadáver del conductor. ¿Donde están los valores del venezolano?, ¿Los guardamos para el momento de querer brindar algún consejo a nuestros hijos? pero en la calle ¿nos comportamos como practicantes de lucha libre frente a la posibilidad de comprar desodorante o jabón?.
Soy concejal porque creo en el potencial humano, porque creo en el respeto y la solidaridad. Sé que Venezuela puede mejorar cada día y sin esperar a que derrotemos, más temprano que tarde, a quienes hoy nos desgobiernan. Estoy seguro que cada uno de nosotros podemos incluso abastecernos mejor de los productos básicos cuando practicamos el respeto y consideración por quienes nos rodean.
En las sociedades democráticas, la colaboración, el compromiso y la tolerancia son términos vivos en el comportamiento de sus autoridades y ciudadanos. Aunque podemos dudar de que algunos niveles del Poder Público se maneje bajo reglas democráticas, los hombres y mujeres de este país, de nuestros municipios, debemos demostrar la suficiente gallardía para no rebajar nuestro comportamiento. Recordemos al grande Mahatma Gandhi. “La intolerancia es, en sí misma, una forma de violencia y un obstáculo para el desarrollo de un espíritu verdaderamente democrático”.